Un pequeño paso para una mujer, un salto mortal para la lógica humana
En un acto de caridad cósmica que dejó en ridículo a todas las obras filantrópicas terrestres, la corporación Blue Origin, propiedad del filántropo intergaláctico Jeff Bezos, ha logrado lo impensable: lanzar al éter a una ingeniera parapléjica. Sí, mientras en el planeta los accesos a hospitales y escuelas siguen siendo una odisea para las personas con movilidad reducida, el genio fundador de Amazon ha resuelto el enigma de la accesibilidad vertical. ¿Un ascensor de siete pisos en la plataforma de lanzamiento? ¡Toma ya! La humanidad puede respirar aliviada.
La valiente Michaela Benthaus, cuya vida cambió tras un accidente en bicicleta, ha sido elevada a la categoría de símbolo inspirador por el modesto precio de un boleto no revelado (se rumorea que equivale al PIB de una pequeña nación). “Fue la experiencia más genial“, declaró entre risas, tras flotar durante tres minutos gloriosos, un tiempo suficiente para preguntarse por qué en su ciudad natal aún hay aceras sin rampas.
La meticulosa preparación: o cómo adaptar el cielo a los márgenes de beneficio
Los ingenieros de la compañía, esos héroes anónimos de la inclusividad de lujo, realizaron ajustes menores de una profundidad filosófica abrumadora: añadieron una tabla de transferencia y una alfombra en el desierto. Con estos dos artilugios, herederos directos de la rueda y la imprenta, se derribaron siglos de barreras arquitectónicas. Jake Mills, el ingeniero, declaró con solemnidad que la cápsula New Shepard fue diseñada pensando en la accesibilidad. Una accesibilidad, claro está, reservada para la cartera del 0.001% más intrépido y con movilidad limitada.
La lista de anteriores turistas espaciales de la empresa ya incluía a nonagenarios y personas con discapacidades sensoriales, conformando el zoológico humano más caro de la historia. Un catálogo de diversidad que demuestra que, si tienes el capital suficiente, la gravedad y la fisiología son meras sugerencias.
El contraste sublime: sueños espaciales versus pesadillas terrenales
Mientras Benthaus flotaba e intentaba ponerse cabeza abajo, en la Tierra, millones de personas con discapacidad luchaban por subir a un autobús. “No hay historia de personas con discapacidades volando al espacio“, reconoció la ingeniera, dando sin querer con el meollo de la cuestión: la historia se escribe con cheques. Su compañero de viaje, el ejecutivo retirado Hans Koenigsmann, fue designado como su ayudante de emergencia. Una preciosa alegoría de nuestro tiempo: la solidaridad humana, disponible bajo contrato y previo pago, para emergencias a 105 kilómetros de altitud.
El mensaje final de la viajera fue edificante: “Uno nunca debe renunciar a sus sueños, ¿verdad?”. Un lema perfecto para la nueva era, donde los sueños tienen un precio de salida y la inclusión es un producto que se vende por kilos de empuje de cohete. Su objetivo de mejorar la accesibilidad en la Tierra es conmovedor. Quizás, con suerte, el know-how de la tabla de transferencia espacial pueda aplicarse para instalar un baño adaptado en una biblioteca municipal.
Así, los 86 viajeros espaciales de Blue Origin contemplan el azul frágil de nuestro planeta, un planeta que sus empresas y sistemas han ayudado a fracturar. Desde allí arriba, las fronteras, las desigualdades y las aceras rotas se ven tan pequeñas… casi insignificantes. Casi. Es la sátira definitiva: para escapar de los problemas de la Tierra, primero hay que ser parte de la élite que los crea. El viaje fue un éxito. La humanidad, como de costumbre, sigue a la espera de su billete.











