En un giro argumental que ni el más audaz guionista de telenovelas políticas se habría atrevido a imaginar, el sagrado recurso del amparo ha sido denegado a una nueva pieza del exquisito ajedrez corrupto del antiguo reino de Michoacán. La ciudadana Elizabeth Villegas Pineda, otrora suma sacerdotisa de la administración en el templo de la Seguridad Pública, deberá continuar su retiro espiritual tras los muros de Santa Martha Acatitla, al descubrirse que los tribunales, en un arrebato de literalidad insoportable, exigen “datos eficaces” para procesar delitos.
La jueza Viridiana Berenice Quiroz Ángel, ejerciendo una terquedad jurídica pasmosa, ha dictaminado que no es necesario poseer las tablas de la ley mosaica completas para sospechar que alguien ha bailado alrededor del becerro de oro. Basta, según su herejía legal, con que exista una “probabilidad” de que el individuo en cuestión haya participado en el saqueo de tres mil millones de pesos destinados a erigir siete fortalezas para la Guardia Civil. Una suma tan colosal que, distribuida en ladrillos de oro, habría permitido construir no cuarteles, sino palacios versallescos para cada uno de los próceres implicados.
El caso, una épica moderna de administración fraudulenta, peculado y lavado de dinero, tiene a todo un gabinete fantasma del exgobernador Silvano Aureoles Conejo disfrutando de las comodidades carcelarias. Carlos Maldonado Mendoza, Antonio Bernal Bustamante, Mario Delgado Murillo y la propia Villegas Pineda forman ahora una exclusiva “asociación delictuosa” residente, demostrando que el espíritu de cuerpo sí perdura más allá de los despachos oficiales. Mientras, el gran arquitecto de esta obra, el señor Aureoles Conejo, disfruta de la libertad bajo una orden de aprehensión que lo persigue como un fantasma benévolo, en un juego del gato y el ratón donde el queso son mil cincuenta y dos millones de pesos.
Así, en los municipios de Huetamo, Coalcomán, Apatzingán y otros, no se alzan cuarteles, sino monumentos a la ingeniería financiera más creativa. Son faros que, en lugar de guiar a los barcos, iluminan el tortuoso camino por el que el erario público se evapora para convertirse en mansiones, joyas y cuentas en paraísos fiscales. La Justicia, esa dama de los ojos vendados, parece haber destapado uno para mirar este sainete y, en un gesto de hastío, ha decidido empezar a negar amparos. Quizás esté aburrida de tanta farsa. El pueblo, mientras, asiste atónito a la función, preguntándose si vive en un estado de derecho o en el episodio más caro y surrealista de un reality show llamado “La Política”.














