La eterna danza diplomática entre México y la isla caribeña

La Hermandad Inquebrantable: Un Idilio de Estado Más Allá del Tiempo y la Lógica

En un alarde de descubrimiento histórico comparable a anunciar que el agua moja, la Jefa del Estado Mexicano, Claudia Sheinbaum, ha iluminado al populacho con una verdad de Perogrullo: la relación política con la República de Cuba no es un capricho contemporáneo, sino un vínculo sagrado e inmutable, tan antiguo como la costumbre de culpar al pasado de los males del presente. Una tradición que, cual ritual religioso, se practica con devoción sin importar el color del hábito del sumo sacerdote en turno en Los Pinos. Eso sí, la mandataria aclaró, con la prudencia de quien evita pisar un charco, que por el momento no tiene contemplado peregrinar personalmente al altar revolucionario. Quizás el calendario de solidaridad programada está completo.

El Óleo de la Fraternidad: Subsidios que Gotean por Compasión y Legalidad

Ante la impertinente pregunta sobre el flujo de hidrocarburos mexicanos hacia la isla, la mandataria esgrimió el escudo invencible del marco legal y el manto piadoso de la razón humanitaria. Una cooperación energética y financiera que, según la narrativa oficial, ha fluido por décadas con la naturalidad de un río. “Esto se hace en un marco legal que nos corresponde como país soberano”, declaró, en una defensa tan robusta que casi hace olvidar que la legalidad suele ser un traje a la medida que cada gobierno se confecciona. La sombra omnipresente del bloqueo económico fue, por supuesto, el telón de fondo obligado para justificar cualquier transacción, pintando a México como el caballero andante que desafía al gigante del norte por una causa noble.

La exposición se transformó entonces en una lección de historia económica selectiva. Se recordó, con nostalgia, cómo en el oscuro periodo neoliberal de 1994, México, en un arranque de lucidez fraterna, invirtió 350 millones de dólares en la refinería de Cienfuegos. Luego, en 2013, el gesto de magnanimidad alcanzó su cúspide con la condonación del 70% de una deuda histórica con Pemex. Una jugada maestra donde el dinero perdido se transfigura mágicamente en capital diplomático y el resto de la deuda se reestructura para “fomentar el comercio bilateral”. Un eufemismo tan elegante que casi disimula la naturaleza del trueque.

El Desfile de los Fieles: Una Crónica de Visitas y Reverencias

Para demostrar que esta no es una simple amistad de conveniencia, sino un matrimonio de Estado, se desplegó la lista completa de mandatarios que han hecho la venia ante La Habana. Desde Luis Echeverría, pasando por Carlos Salinas de Gortari (quien corrió a la isla tras el derrumbe del patrocinio soviético, en un acto de oportuna caridad), hasta el episodio bufonesco de Vicente Fox y su “comes y te vas”. Todos, absolutamente todos, han rendido pleitesía o intercambiado cumplidos en esta danza protocolaria. La relación es tan histórica que México, se nos recuerda con orgullo, fue “el único país que desde el primer momento se opuso al bloqueo”. Una oposición que, curiosamente, nunca ha significado un desafío real, sino más bien un discurso constante y una cooperación que, eso sí, siempre se ejerce dentro del más estricto… marco legal.

En conclusión, más allá de las coyunturas políticas banales, esta tradición diplomática se erige como un pilar inquebrantable. Una solidaridad humanitaria que se mide en barriles de petróleo y millones condonados, en un ejercicio donde la realpolitik se viste con el ropaje de la fraternidad eterna. Una obra de teatro donde los actores cambian, pero el guión, venerable y absurdo, permanece idéntico, representación tras representación, ante un público que a veces aplaude y a veces solo observa, perplejo.

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