Un giro tecnológico en una guerra fallida: ¿la precisión como nuevo paradigma?
Colombia anuncia un cambio de estrategia radical en su batalla contra los narcocultivos: abandonar los aviones fumigadores por drones de alta precisión. Esta decisión no es solo un ajuste táctico; es un reconocimiento tácito de que cinco décadas de guerra frontal contra las drogas han fracasado, generando un círculo vicioso de violencia, daño ambiental y expansión territorial del cultivo. ¿Podría la tecnología de punta, finalmente, ofrecer una salida lateral a este callejón sin salida?
Foto: Agencia AP.
El ministro de Justicia, Andrés Idárraga, presentó esta iniciativa como una solución controlada y eficiente. Los drones operarán a menos de 1.5 metros del objetivo, prometiendo minimizar la contaminación de ecosistemas y fuentes de agua que caracterizó la polémica fumigación aérea con glifosato, prohibida en 2015. Un dron podría erradicar una hectárea cada 30 minutos, un dato que suena a eficiencia revolucionaria. Pero la pregunta disruptiva es: ¿estamos invirtiendo en erradicar plantas o en erradicar las condiciones que las hacen proliferar?
Conectando puntos inconexos: de la fumigación a la geopolítica
Este giro tecnológico no surge en el vacío. Es el epicentro de un terremoto geopolítico. La producción de cocaína en Colombia alcanza niveles récord, con hasta 261,000 hectáreas cultivadas en 2024. Esta expansión ha avivado las tensiones con Estados Unidos, cuyo gobierno acusó a Colombia de no cooperar y sancionó al presidente Gustavo Petro. La presión es tal que se amenaza con incursiones militares extranjeras en territorio colombiano.
Aquí, el pensamiento lateral propone una conexión incómoda: la guerra contra las drogas parece un negocio más estable que el narcotráfico mismo. Genera demanda de tecnología (drones), justifica flujos de cooperación militar y mantiene un marco de confrontación que perpetúa el problema. Los grupos rebeldes y bandas criminales se financian con el comercio ilegal, mientras los campesinos empobrecidos siguen sin alternativas viables. La erradicación manual, llevada a cabo por soldados en campos minados, demostró ser insuficiente y peligrosa.
Una solución creativa más allá del dron: redefinir el problema
La verdadera innovación no estaría en el vehículo que dispersa el herbicida, sino en desafiar la premisa fundamental. ¿Y si en lugar de ver solo cultivos ilícitos a destruir, viéramos comunidades territoriales a integrar? El enfoque disruptivo conectaría los puntos: seguridad alimentaria, sustitución de cultivos con mercados garantizados, y desarme de los actores armados no mediante la fuerza, sino mediante la oferta de una economía legal más poderosa.
El gobierno de Petro, que inicialmente desestimó la erradicación forzada por considerarla un ataque a los campesinos, ahora adopta drones bajo una presión inmensa. Esto revela la trampa del status quo: se cambia la herramienta, pero no la estrategia de fondo. Una perspectiva visionaria preguntaría: ¿podemos usar esa misma tecnología de precisión para mapear necesidades, distribuir insumos para cultivos lícitos y monitorear acuerdos de paz, en lugar de solo para fumigar?
La medida mitiga riesgos inmediatos para las fuerzas de seguridad y el ambiente, un avance indudable. Sin embargo, la historia reciente enseña que cada avance táctico en esta guerra genera una adaptación estratégica del narcotráfico. La innovación definitiva podría ser atreverse a desmantelar el propio concepto de “guerra”, y explorar vías de regulación y justicia social que, aunque parezcan heréticas, son las únicas que no hemos probado a escala. El dron es un síntoma de una búsqueda de precisión. El verdadero desafío es aplicar esa precisión al diagnóstico del problema, no solo a su fumigación.













