La guerra de los visados o cómo prohibir al vecino por pensar distinto

BRUSELAS, epicentro de la burocracia más excelsa.

En un giro digno del más absurdo teatro político, la Comisión Europea, ese mastodonte regulador que sueña con domar internet con directivas, ha amenazado con tomar represalias tras una afrenta sin precedentes. El Departamento de Estado de la gran nación estadounidense, en un arrebato de celo libertario, ha prohibido la entrada a cinco paladines europeos acusados de un crimen nefando: presionar a los gigantes tecnológicos de Silicon Valley para que dejen de amplificar las voces que a ellos, los europeos, les crispan los nervios. La ironía, como un perfume barato, impregna el ambiente: los guardianes de la “libertad” absoluta emplean el control fronterizo para castigar lo que ellos llaman censura. Una obra en la que cada actor jura sobre una pila de constituciones que el otro es el verdadero Gran Hermano.

El nuevo “Eje del Mal” según el credo de Washington

Los proscritos fueron descritos por el secretario de Estado, Marco Rubio, con la sutileza de un panfleto de guerra, como agitadores “radicales” y ONGs “instrumentalizadas”. Entre esta cohorte de peligrosísimos ideólogos se encuentra nada menos que Thierry Breton, antiguo comisario y actual cruzado de la regulación digital, quien tuvo la osadía de enredarse en una riña de tuits con el profeta tecnológico Elon Musk. El pecado original: cuestionar la transmisión de un sermón del mesías político Donald Trump. La Comisión, herida en su orgánico amor propio, ha declarado que “condena enérgicamente” la medida y exige explicaciones, mientras el presidente francés Emmanuel Macron eleva el tono para defender la sacrosanta autonomía estratégica europea, ese eufemismo para “aquí mandamos nosotros”.

“Si es necesario, responderemos rápida y decisivamente”, rugió la Comisión desde su laberinto de cristal en Bruselas, sin especificar si la respuesta consistirá en una carta aún más furibunda o en la prohibición de entrada a cinco fanáticos del *fast food* y las armas de asalto. Rubio, por su parte, pontificó en su red social favorita que “durante demasiado tiempo, los ideólogos en Europa han liderado esfuerzos organizados para coaccionar a las plataformas estadounidenses”. La traducción libre: cómo se atreven a aplicar sus leyes a nuestras corporaciones, que son casi extensiones sagradas del *American Way of Life*.

La réplica gala: soberanía digital y dignidad ofendida

Macron, siempre presto a encarnar el papel de Napoleón del ciberespacio, declaró que las restricciones de visado son pura y simple intimidación. Con la solemnidad de quien anuncia un principio universal, recordó que las normas digitales de la UE fueron cocinadas en el lento y pesado horno del “proceso democrático y soberano”, involucrando a una legión de funcionarios y eurodiputados. “Las normas que rigen el espacio digital de la Unión Europea no se van a determinar fuera de Europa”, sentenció, dibujando en el aire una frontera digital tan clara como ficticia en el mundo de la nube y los servidores globales.

Los otros cuatro miembros de este “pelotón de los condenados” son directores de organizaciones dedicadas a contrarrestar el odio y la desinformación en línea. Para la narrativa estadounidense, sin embargo, no son más que los capataces de la censura global. La medida forma parte de una cruzada más amplia del gobierno de Trump contra la influencia foránea, utilizando la ley de inmigración como un arma contundente donde otras herramientas diplomáticas resultan demasiado sutiles. En el colmo del esperpento, una subsecretaria de Estado estadounidense señaló a Breton como el “cerebro” detrás de la temible Ley de Servicios Digitales. Breton, con la flema del que sabe que tiene 27 países detrás, replicó: “A nuestros amigos estadounidenses: ‘La censura no está donde ustedes piensan que está'”.

Así, el gran tablero geopolítico se reduce a una disputa por visados. Mientras Europa se envuelve en la bandera de la soberanía regulatoria, Estados Unidos se erige en paladín de una libertad de expresión que, curiosamente, solo parece amenazada cuando cuestiona a sus propios gurús. Un espectáculo donde todos censuran a alguien, pero nadie quiere admitir que lleva el mismo libro de actas, solo que en idiomas distintos.

RELACIONADOS

Ultimas Publicadas

Matamoros

¿QUÉ PASO AYER?

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio