La Jet-Set de la Infamia: Un Catálogo de Vuelos de Altura Moral Baja
En un sublime acto de transparencia burocrática, el Departamento de Justicia ha obsequiado a la plebe un nuevo tesoro de papelotes judiciales. Unos 11.000 fragmentos de la epopeya moderna del magnate filántropo Jeffrey Epstein, dedicado, según sus biógrafos oficiales, al mecenazgo de carreras juveniles en el ámbito de la aviación privada y la terapia de contacto.
La aeronave donde la memoria colectiva de los poderosos sufre extrañas turbulencias.
Entre los pergaminos, brilla con luz propia la constatación de que el expresidente Donald Trump fue un asiduo viajero de la Lolita Express. Al menos ocho travesías entre 1993 y 1996, algunas en grata compañía de la dama de sociedad Ghislaine Maxwell, hoy retirada en una residencia estatal por su desmedida afición a reclutar becarias. El clan familiar completo, en un conmovedor gesto de unidad, también parece haber disfrutado del servicio de cabotaje.
El Pasaporte del Hombre Invisible
Como toda persona discreta que desea moverse sin alharacas, Epstein poseía un documento de identidad fraudulento. Bajo el alias de “Marius Robert”, un nombre que evoca a un humilde pastor de ovejas rumano, el billonario podía surcar fronteras con la modestia que caracteriza a los grandes benefactores anónimos. Una lección de humildad para todos nosotros.
La Amistad que se Evapora al Sonar la Alarma
En declaraciones que pasarán a la historia de la cronología selectiva, Trump precisó que su cordial relación con el aeromozo se disolvió en 2004, mucho antes de que los tabloides de mal gusto empezaran a publicar chismes sobre sus actividades. El expresidente, desde su fortaleza de Mar-a-Lago, mostró su honda preocupación por la exposición de figuras públicas inocentes, como el exmandatario Bill Clinton, quien, en un arrebato de candor masoquista, ha pedido que se publique todo material sobre su persona. Una carrera por la transparencia total que, sin duda, no hará más que confirmar la intachable normalidad de viajar repetidamente en un jet cuyo dueño era un santo varón incomprendido.
Los documentos, eso sí, mantienen celosamente censurada la identidad de una joven de 20 años que acompañaba a los ilustres caballeros. Probablemente para proteger su privacidad, o quizás porque su nombre es la llave que abre la puerta a un salón donde la risa de la historia suena a mueca grotesca.













