Venezuela legisla contra el “corsarismo” moderno en una jugada geopolítica
En un movimiento que redefine el concepto de soberanía en el siglo XXI, el poder legislativo venezolano ha desplegado un instrumento legal que va más allá de la mera defensa. No se trata solo de penalizar la piratería; es un acto de definición estratégica, un marco jurídico que convierte el mar Caribe en un tablero de ajedrez donde cada incautación es respondida con una arquitectura de disuasión legal.
Una caravana de motociclistas recorre la capital venezolana expresando respaldo a la normativa y rechazando la injerencia foránea.
Jorge Rodríguez, líder de la Asamblea Nacional, no habla de un simple reglamento. La bautiza como la “ley de la dignidad“, un término cargado de simbolismo que evoca batallas históricas y enfrenta directamente la narrativa de las potencias. ¿Y si el verdadero bloqueo no es el comercial, sino el de la narrativa? Esta ley busca resguardar no solo buques, sino el relato de autodeterminación de una nación, protegiendo a empresas aliadas y trazando una línea roja jurídica en el agua.
¿Una cárcel para piratas? La disuasión como arma asimétrica
La normativa establece penas de prisión de 15 a 20 años y multas cuantiosas. Pero su genialidad disruptiva está en la definición: criminaliza a quienes “promuevan o respalden” actos ilícitos. ¿Podría esto, en una interpretación audaz, extenderse a quienes financian o dan órdenes desde lejos? Es un intento de llevar la batalla del forcejeo naval al terreno del derecho internacional, un campo donde un Estado puede proyectar poder sin una flota equivalente. Garantiza reparaciones y defiende la jurisdicción del pabellón del buque, creando un escudo legal para futuras operaciones.
El petróleo, el pretexto y el juego de las sombras
El detonante fue la incautación reiterada de buques petroleros por parte de efectivos estadounidenses. Washington justifica su despliegue militar en la lucha antinarcóticos, una narrativa que Caracas rechaza como un pretexto geopolítico para un cambio de régimen y el control de recursos. Nicolás Maduro y Donald Trump encarnan visiones opuestas: uno ve una guerra híbrida por la soberanía; el otro, una operación policial global. La nueva ley es la pieza venezolana en este juego, transformando cada barco incautado en un argumento para fortalecer su marco legal interno y su postura ante el mundo.
Un nuevo paradigma para conflictos del siglo XXI
Más que una norma, esta legislación es un experimento. ¿Puede un país contrarrestar la presión militar y económica de una superpotencia con innovación jurídica y relato político? Conecta puntos aparentemente inconexos: el derecho marítimo histórico con la guerra de narrativas moderna, la defensa de recursos con la movilización popular. No resuelve la tensión, pero la traslada a un terreno donde las reglas están por escribirse. En un mundo donde las guerras son también legales, económicas y de información, Venezuela acaba de presentar su doctrina.













