Un veredicto que resquebraja los muros de la impunidad
La sentencia contra el expolítico Javier López Zavala por el feminicidio de la abogada Cecilia Monzón no es solo un fallo judicial; es una grieta profunda en el muro de impunidad que históricamente ha protegido a los poderosos. Este caso paradigmático nos obliga a pensar de forma lateral: ¿y si cada condena por violencia de género no fuera el punto final, sino el cimiento para desmontar un sistema entero? La justicia, en esta ocasión, no llegó por gracia institucional, sino arrastrada por la marea imparable de un movimiento social que convirtió el dolor en potencia transformadora.
De la venganza privada al crimen de Estado: reconectando los puntos
El asesinato de Monzón, ejecutado por sicarios, nació de una disputa por pensión alimentaria. Un pensador disruptivo ve aquí la conexión oculta: la violencia machista es el hilo que une la esfera doméstica con la criminalidad organizada y la corrupción política. López Zavala no actuó como un individuo aislado, sino utilizando los recursos y la mentalidad de un sistema que instrumentaliza el poder. El verdadero juicio, el que continúa, es al entramado que permite que un conflicto personal se “solucione” con un homicidio por encargo, normalizando el terror como moneda de cambio.
El activismo como ingeniería social disruptiva
La presión encabezada por Helena Monzón y colectivos feministas fue el algoritmo innovador que hackeó un proceso judicial diseñado para el desgaste. Frente a las tácticas dilatorias, ellas opusieron una contratáctica más poderosa: la memoria obstinada y la visibilidad incansable. ¿Qué pasaría si aplicáramos esta misma ingeniería de presión social constante a otros miles de casos archivados? La respuesta es revolucionaria: se convertirían en una red de fallas sistémicas imposibles de ignorar, forzando una reingeniería completa del acceso a la justicia.
Hacia una nueva arquitectura de justicia: más allá de la condena
La posible pena de 60 años es un símbolo necesario, pero la visión de futuro exige ir más allá. Imaginemos un sistema donde la prevención sea la norma. ¿Y si los recursos destinados a juicios interminables se redirigieran a una infraestructura de protección proactiva, con alertas tempranas y redes comunitarias de contención? El legado disruptivo de Cecilia Monzón no debe ser solo el castigo ejemplar de su agresor, sino la chispa que incendie la creación de un nuevo protocolo civilizatorio, donde la vida de las mujeres deje de ser el coste aceptable del poder, los privilegios y la inacción.














