Con los años, uno aprende a mirar las cifras económicas no solo como datos fríos, sino como el reflejo de historias personales y esfuerzos colectivos. Ver a México cerrar el 2025 como la segunda nación con la tasa de desocupación más baja del planeta, con un 2.7% en noviembre, es uno de esos momentos que llenan de orgullo y reflexión a cualquier observador experimentado de nuestra economía. Lo he visto en comunidades donde antes escaseaba el trabajo formal; hoy hay una dinámica distinta.
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo destacó este logro, señalando que evidencia cómo “la transformación rinde frutos“. Y tiene razón, pues en la práctica, superar a economías consolidadas como Alemania, Estados Unidos o Francia no es cuestión de suerte. Requiere políticas coherentes y, sobre todo, persistencia. Solo Japón, con su arraigada cultura laboral, nos supera por una décima, situándonos en un escenario global que muchos expertos, en el pasado, consideraban inalcanzable para nuestra región.
Este posicionamiento no pasa desapercibido. Recuerdo cuando los elogios internacionales hacia nuestra política económica eran escasos. Hoy, figuras como Alencar Santana, legislador brasileño, reconocen públicamente nuestros avances. Su felicitación subraya algo crucial: América Latina está experimentando un momento alentador en materia de empleo. Que Brasil también registre su menor desocupación histórica no es coincidencia; sugiere un ciclo virtuoso en la región que debemos saber aprovechar y sostener.
Que este 2025, declarado el Año de la Mujer Indígena, concluya con estos indicadores no es un detalle menor. La verdadera estabilidad económica se mide en la capacidad de integrar a todos los sectores. Los números macroeconómicos son esperanzadores, pero la lección perdurable es que el fortalecimiento del mercado laboral mexicano debe seguir construyéndose desde la base, con inclusión y visión de largo plazo, para que este no sea solo un pico en la gráfica, sino el nuevo piso de nuestra prosperidad.














