El ritual del pésame y la coreografía del poder tras la tragedia

En un acto de sincronizada compasión burocrática, la Máxima Dirigente ha anunciado su peregrinación oficial a la tierra del suceso luctuoso. Su destino: Oaxaca, escenario donde el Progreso sobre Rieles, también conocido como el Tren Interoceánico, decidió demostrar su fragilidad de manera trágica y letal.

La Primera Mandataria, con el tono grave que el manual de imagen prescribe para estos trances, ha exteriorizado su pesar y ha telegrafiado su pésame institucional a los deudos de las trece almas que el Progreso se cobró como peaje. “Nuestro pésame y solidaridad a todas las familias”, declaró, en una frase tan personal y cálida como un comunicado de prensa numerado.

El despliegue del aparato: condolencia con logística militar

Para que ningún detalle del duelo quede al azar, la Jefa del Ejecutivo desplegó, con la precisión de una campaña militar, a su gabinete de la congoja. El Almirante de la Marina, el Subsecretario del Orden Interior y el Titular de la Seguridad Social han sido enviados al terreno del dolor. Su misión: atender a las familias de manera personal, un eufemismo maravilloso que significa absorber el impacto del descontento, repartir abrazos protocolarios y asegurar que la narrativa de la “atención inmediata” quede más clara que la investigación de las causas del desastre.

Es un ballet perfecto: mientras los expertos probablemente aún rascan sus cabezas frente a los rieles retorcidos, la cúpula del poder ya ejecuta su danza más depurada: la de la presencia física, la foto con el doliente y la promesa de que todo se aclarará, justo después de que pase el ciclo noticioso. Una alegoría moderna donde las instituciones no previenen el hundimiento, pero sí son velocísimas en repartir salvavidas de retórica una vez que el barco —o el tren— ya ha naufragado.

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