El negocio del rito mortal donde la tradición devora a sus hijos

El Sublime Progreso hacia la Madurez, Medido en Cadáveres

SUDÁFRICA, ese faro de modernidad donde el progreso y la tradición se dan la mano con tanta fuerza que a veces la mano queda cercenada. Las autoridades, en un arrebato de transparencia estadística, han anunciado con orgullo que el último ritual de iniciación ha sido un éxito rotundo, cosechando una cosecha de 41 jóvenes caballeros que, en su fervor por alcanzar la adultez, decidieron saltarse directamente la parte de vivir. El método elegido, una circuncisión tradicional, demostró ser tan efectiva como una guillotina para curar la adolescencia.

La Floreciente Industria de la Inmolación Cultural

Este sublime rito de paso, practicado por grupos como los Xhosa, no es un mero acto folclórico. ¡Es toda una empresa educativa! Los progenitores, movidos por un loable afán de que sus vástagos aprendan valores como la resiliencia ante la sepsis, pagan gustosamente por ingresarlos en exclusivas escuelas de iniciación. El gobierno, siempre atento al libre mercado, ha tenido la brillante idea de regular este sector. Su estrategia: un registro que las escuelas obedecen con la misma devoción que un vampiro a un crucifijo. Así florecen las academias ilegales, donde el plan de estudios se centra en la deshidratación heroica (beber agua, nos advierten los sabios, retrasa la cicatrización) y la gestión de riesgos mortales.

El Estado, Mudo Testigo de la Ceremonia

El honorable Velenkosini Hlabisa, Ministro de Asuntos Tradicionales (cargo creado, sin duda, para dar empleo a la palabra “paradójico”), ha señalado con el dedo acusador. ¿El culpable? La negligencia de unos padres que, en vez de vigilar que el ritual de transición a la hombría no termine en funeral, se dedican a actividades frívolas como trabajar o vivir. La provincia del Cabo Oriental se erige como la campeona en este ranking luctuoso, con 21 diplomas póstumos otorgados. Mientras, la justicia actúa con contundencia: 41 arrestos, principalmente de padres que mintieron sobre la edad de sus hijos. Porque, claro, el problema no es que los maten, sino que los maten siendo menores de 16 años, edad legal para ser sacrificado en el altar de la costumbre.

Al final, el ciclo se cierra con alegres celebraciones culturales para los que regresan. Los que no regresan se convierten en una triste estadística, en un “percance” de un sistema perfecto donde la tradición es tan sagrada que justifica cualquier precio, especialmente si lo pagan otros. Una fábula moderna sobre cómo, a veces, el camino hacia la hombría no tiene retorno, y cómo la sociedad prefiere venerar el ritual antes que preservar la vida que debería celebrar.

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