El Gran Mecanismo de la Reparación Integral y Otras Fábulas Estatales

En un despliegue de eficacia tan conmovedora como previsible, la Máxima Conductora del Reino de la Cuarta Transformación, Claudia Sheinbaum Pardo, ha anunciado que las víctimas del reciente desastre ferroviario recibirán la consabida reparación integral del daño. Este sacramental término, tan querido por la liturgia gubernamental, fue pronunciado con la solemnidad de quien descubre la pólvora, mientras los engranajes de la justicia, lubricados con promesas, comenzaban su lenta y ceremoniosa rotación.

El Ritual de la Proximidad y el Apoyo Inmediato

En un alarde de presencia estatal, la mandataria realizó la peregrinación reglamentaria a los santuarios del dolor: los hospitales y las funerarias. Allí, verificó personalmente que el sufrimiento ciudadano se desarrollara dentro de los protocolos establecidos. “Lo que debemos hacer como gobierno es estar presentes”, declaró, encapsulando en una frase toda la filosofía de un poder que confunde aparición con acción y acompañamiento con solución. Como bálsamo para las almas y los bolsillos, se dispensó el óbolo estatal de treinta mil pesos, una cantidad calculada con precisión milimétrica para cubrir “gastos urgentes” y, de paso, amortiguar los primeros ecos de la indignación. Se apresuró a aclarar, por supuesto, que este anticipo no sustituye la gran promesa, la reparación integral, ese horizonte nebuloso que se paga, primero, con la póliza de un seguro y, después, con los veredictos de una fiscalía.

La Coreografía Investigativa y el Fetiche de la Caja Negra

Mientras los dolientes son asignados a su correspondiente servidor público acompañante —un eufemismo delicioso para “enlace burocrático”—, la maquinaria investigativa se pone en marcha. Peritajes especializados, dictámenes técnicos y el fetiche tecnocrático por excelencia, la caja negra, son convocados al ritual. La fiscal general participa en reuniones de gabinete donde se informa, solemnemente, que se informará. Todo está bajo control, es decir, bajo el control del proceso. La colaboración entre instituciones es tan estrecha que garantiza, sobre todo, que la información fluya hacia la ciudadanía con la celeridad de un glaciar. La tragedia, así, es metabolizada por el organismo estatal: se convierte en carpetas de investigación, en comunicados oficiales, en la tranquilizadora seguridad de que todo sigue un procedimiento.

Al final, el ciudadano, aturdido por el dolor y el protocolo, se encuentra ante el gran teatro de la responsabilidad. Se le promete una reparación que llegará tras un laberinto de trámites, se le asigna un guía para ese laberinto y se le asegura que la verdad técnica emergirá, en su momento, de las entrañas de una caja negra. El Estado, en su infinita sabiduría, no evita el desastre, pero ha perfeccionado hasta el arte la coreografía para después del mismo. Es la reparación integral del daño: un proceso donde todo se transforma, excepto la probabilidad de que la historia se repita.

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