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Alcaraz avanza en Wimbledon entre aces y contradicciones del tenis moderno

El tenista español demuestra su maestría en la hierba mientras el sistema aplaude.

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Alcaraz avanza en Wimbledon entre aces y contradicciones del tenis moderno

Carlos Alcaraz, el prodigio español, avanza mientras el circo tenístico sigue su curso. FOTO: AP (2008, porque la nostalgia vende).

En el coliseo de Wimbledon, donde la hierba sagrada es testigo de ritos ancestrales, Carlos Alcaraz —mesías del tenis y salvador de audiencias— logró lo imposible: vencer a Andrey Rublev, un ruso que, según las crónicas, atacaba con la furia de un oso siberiano… pero sin el mismo éxito. El español, armado con su raqueta Excalibur, no solo esquivó los golpes, sino que convirtió cada primer servicio en un recordatorio de por qué el tenis es el único deporte donde un ace vale más que un discurso político.

El defensor del título, como buen héroe de tragedia griega, empezó dubitativo (6-7), permitiendo al público sufrir lo justo para luego redimirse con tres sets de tenis «perfecto», si ignoramos los 22 aces que, según los expertos, son solo un detalle decorativo. Rublev, el antagonista obligado, cumplió su papel: enfurecerse, golpear pelotas al vacío y perder oportunidades como si fueran promesas electorales.

El momento cumbre llegó en el segundo set, cuando Alcaraz —tras recibir una señal divina o un mensaje de su equipo— rompió el saque de Rublev. El ruso, entonces, inició su metamorfosis: de tenista profesional a figura de meme, regalando dobles faltas con la generosidad de un magnate en campaña. Mientras, el español, imperturbable, acumulaba victorias como si fueran likes en una red social.

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Para cerrar el espectáculo, el ibérico selló su pase a cuartos, donde enfrentará a Cameron Norrie, otro personaje de esta comedia: un británico en Wimbledon, porque el guion lo exige. Mientras, los patrocinadores frotan sus manos, la prensa repite «18 victorias consecutivas» como mantra y el público olvida que, en realidad, solo están viendo a dos tipos golpear una pelota. Así es el tenis: un deporte, un negocio y, sobre todo, un reflejo distorsionado de nuestras prioridades.

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