Imaginen un ecosistema donde los límites entre los deportes se desdibujan, donde un campeón de boxeo no solo conquista cuadriláteros sino que redefine la propiedad deportiva. Esta no es una mera transacción; es un acto de disrupción pura.
Foto: El Universal.
El pasado 15 de julio, Grupo Orlegi desencadenó un terremoto en la estructura tradicional del futbol mexicano al iniciar el proceso para desprenderse de la tenencia del Club Atlas. Este movimiento, lejos de ser una simple venta, es un experimento audaz para erradicar la multipropiedad y oxigenar la liga con savia nueva. ¿Y si la respuesta no viene de otro magnate tradicional, sino del pugilista más rentable del planeta?
En la víspera de su libra por libra contra Terence Crawford, Saúl “Canelo” Álvarez ejecutó una finta magistral. En una reveladora entrevista con ESPN Knockout, el púgil no descartó una jugada que parecería sacada del pensamiento lateral: cambiar las cuerdas del ring por las tribunas del estadio Jalisco.
“La verdad es que no me he puesto a pensar, lo acabo de ver ahora que estaba en entrenamiento, creo que fue cuando empezaron a querer vender al Atlas. No es momento para pensar en esas cosas, pero ya regresando, siempre si es para algo bien… ¿Por qué no? Soy un hombre de negocios“, confesó Álvarez Barragán.
Esta declaración es un misil directo al status quo. ¿Qué sucede cuando el instinto depredador de un campeón de boxeo se aplica a la gestión de un club de futbol? La firma estadounidense Moelis & Company, junto con ADS y Weil, Gotshal & Manges LLP, no buscan un simple comprador; buscan un socio visionario capaz de garantizar la viabilidad financiera del equipo. Canelo, una marca global, encarna ese perfil disruptivo.
La conexión no es nueva, es emocional y estratégica. A lo largo de su trayectoria, el pugilista ha exhibido con orgullo los colores rojinegros del Atlas. Su presencia en la final donde los Zorros sellaron su bicampeonato no fue la de un aficionado más, sino la de un embajador de alto nivel, agarrando el escudo con la misma firmeza con la que empuña sus guantes. Este no es un capricho; es la semilla de una revolución en la propiedad deportiva, donde las pasiones personales y las oportunidades de negocio se fusionan para crear un nuevo paradigma.