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Chivas sobrevive al caos y recibe una dosis de realidad

Un triunfo agónico que despierta más dudas que certezas en el Rebaño Sagrado.

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Las Chivas del iluminado Gabriel Milito, en un acto de fe que raya en lo milagroso, lograron arrebatar una victoria más propia de un melodrama que de un encuentro futbolístico. El Atlético San Luis, víctima de un guion absurdo, cayó (4-3) en el estadio Akron, donde el Rebaño Sagrado demostró que el fútbol puede ser tanto un deporte como un ejercicio de masoquismo colectivo.

Gracias a la intervención divina de Armando González, la escuadra rojiblanca evitó que su afición prendiera veladoras en pleno partido. Los discípulos de Milito, expertos en el arte del sufrimiento, estuvieron a punto de añadir otra derrota épica a su colección, luego de regalar una ventaja como si fueran filántropos del marcador.

Lo que parecía una tarde de domingo tranquila se convirtió en un episodio de terror para los tapatíos, donde el caos reinó y los defensas jugaron como si estuvieran en una coreografía de Benny Hill. Pero, oh sorpresa, los cambios tácticos (o tal vez un acto de magia) funcionaron: Efraín Álvarez y Armando González aparecieron como deus ex machina para salvar el espectáculo.

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La “Hormiga”, en un arranque de inspiración divina, anotó un doblete en nueve minutos, demostrando que hasta un reloj parado acierta dos veces al día. Todo, según los expertos, gracias a la confianza de Milito, porque, claro, en el fútbol moderno los goles los hace el técnico desde el banquillo.

Pero no todo es alegría en el reino rojiblanco. Mario Carrillo, en un arranque de lucidez digna de un oráculo griego, les recordó a las Chivas que celebrar un triunfo contra un equipo modesto es como festejar haber atado los cordones: “Que se emocionen, [pero] no tanto”. Eso sí, dejó caer la profecía de que, si siguen así (sobreviviendo por los pelos), quizá lleguen a la Liguilla, porque en el fútbol mexicano la mediocridad a veces se premia.

“Todo gira en torno al entrenador“, sentenció Carrillo, confirmando así que, en el circo del balompié nacional, el técnico es el domador, los jugadores son los leones amaestrados y los aficionados, los espectadores que pagan por ver cómo les roban el pan.

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