En este oficio, he visto campeones que llegan con suerte y otros que se construyen con carácter. Lo de estos Diablos Rojos del México pertenece a la segunda categoría. Defender un título es una de las empresas más complejas en el deporte; la presión interna y el hambre renovada de todos tus rivales te convierten en el blanco a derribar. Por eso, lo logrado esta noche en el Estadio Panamericano no es poca cosa. Es la materialización de un trabajo meticuloso, de una mentalidad ganadora que se forja out por out.
Recuerdo, en mis tiempos, cómo un equipo campeón suele perder piezas clave en la temporada baja. El mérito de un mánager como Lorenzo Bundy no reside solo en ganar, sino en reconstruir sobre la marcha. No contaba con la misma base de 2024, pero supo extraer el máximo potencial de quienes se quedaron y de los refuerzos que llegaron. Eso es gestión pura, es entender que el beisbol es un juego de ajustes y de aprovechar el talento disponible, no el que te gustaría tener.
La victoria por 7-3 sobre Charros de Jalisco en el Juego 4 es un manual de cómo cerrar una Serie del Rey. No se conformaron; atacaron con autoridad desde el principio. Los batazos oportunos de Marmolejos, Córdoba, Ruiz y Ornelas son el fruto de una ofensiva que entendió el momento. El cuadrangular de Marmolejos, mandando la pelota lejos del diamante, es ese tipo de golpe que no solo suma carreras, sino que rompe moralmente al rival. Benjamin Gil confiaba en su equipo, pero en la postemporada, los discursos se los lleva el viento; lo que cuenta son los hits bajo presión.
En el montículo, la labor de Efraín Contreras y la brigada de relevistas como Nick Vespi y Kevin Gowdy fue ejemplar. Mantener la calma y ejecutar los pitcheos en situaciones de alto leverage es lo que separa a los buenos equipos de los campeones. Claro, hubo un momento de tensión en el octavo inning, con el cuadrangular de Dwight Smith Jr., que les dio una esperanza a los jaliscienses. Pero incluso eso es una lección: en el camino al título, siempre habrá un bache, y lo importante es tener la serenidad para no desviarse.
Ver a esta organización celebrar su cuarto bicampeonato en la historia—sumándose a las hazañas de 1973-1974, 1987-1988 y 2002-2003—me llena de orgullo. No es solo un triunfo más; es la confirmación de una cultura de victoria que se nutre de experiencia, adaptación y, sobre todo, de un corazón que late con fuerza al ritmo de la Marabunta Roja. Esto es beisbol con mayúsculas.