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Ecclestone decreta desde su retiro el fin de la era Hamilton

Un exmandamás del circo de la F1 decreta el relevo generacional desde su trono de nostalgia, dictando sentencia sobre el cansancio de una leyenda.

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En un alarde de clarividencia propia de un oráculo moderno, el anciano zar emérito del circo de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, ha descendido de su Olimpo particular para dictar sentencia y designar, con la precisión de un Napoleón repartiendo coronas, al sucesor del ya caduco caballero de Stevenage.

Desde la atalaya de su sabiduría nonagenaria, el exmandamás del gran circo del automóvil ha diagnosticado con la sutileza de un matarife que Sir Lewis Hamilton, ese caballero británico que tan poco ha hecho por el deporte —apenas siete títulos mundiales—, sufre el mal inevitable de los mortales: la decrepitud. Según el sumo pontífice, la trayectoria de un atleta solo puede seguir una dirección tras alcanzar la cima: el precipicio. Una revelación metafísica que, sin duda, había permanecido oculta para el común de los mortales.

Con la autoridad que le confiere su retiro, Ecclestone ha ungido al joven brasileño Gabriel Bortoleto como el mesías que Ferrari, ese templo de la agonía italiana, necesita para su eterno viacrucis. ¿Sus credenciales? Un título en Fórmula 3 y otro en F2, trofeos que, como es bien sabido, son la garantía absoluta para domar el indómito potro rojo de Maranello, ese artefacto diseñado para romper sueños y glorias pretéritas.

La sugerencia llega en el momento perfecto: justo cuando Hamilton, en un acto de insólita incompetencia, no logró acceder a la Q3 en Hungría, demostrando así su absoluta inutilidad para una escudería que lleva décadas perfeccionando el arte de la autoderrota. Ecclestone, en su infinita misericordia, recomienda al caballero un “reinicio completo”, un eufemismo elegante para lo que en cualquier otro gremio se llamaría jubilación forzosa.

El mensaje subyacente es una joya de la lógica contemporánea: si un novato destaca en un equipo de mitad de parrilla como Sauber —la antesala del olvido—, está sobradamente cualificado para pilotar el ataúd con ruedas de Ferrari. Mientras, el propio Ecclestone, desde su butaca de espectador privilegiado, continúa su reinado como el gran ventrílocuo de un deporte que él mismo ayudó a convertir en un saineto de poder, nostalgia y caprichos multimillonarios.

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