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El adiós al portero olvidado de México 86

La historia detrás del guardameta que vivió el sueño mundialista y dejó huella en el balompié nacional.

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El adiós al portero olvidado de México 86

En un país donde los héroes deportivos se desvanecen más rápido que un penalti fallado contra Estados Unidos, Ignacio “Nacho” Rodríguez —tercer arquero en el Mundial del 86— ha partido al gran estadio celestial. A los 68 años, el destino le cobró tarjeta roja definitiva, demostrando una vez más que la inmortalidad solo existe para los goleadores y los comentaristas televisivos.

Nacido en Zacatepec (cuna de mitos y leyendas que nadie recuerda), Rodríguez fue el prototipo perfecto del jugador mexicano: lo suficientemente bueno para calentar la banca en un mundial, pero no tanto como para que Televisa le dedicara un especial. Su carrera —como la economía nacional— tuvo momentos de brillantez intermitente: Atlante, Tigres y ese glorioso puesto de suplente detrás de Pablo Larios, quien, irónicamente, también surgió de Zacatepec como si el pueblo fuera una fábrica de porteros anónimos.

Tras colgar los guantes, Nacho se reinventó como técnico en el Ascenso MX, ese purgatorio donde las promesas futbolísticas van a morir y los entrenadores aprenden que “proyección a largo plazo” significa “despido antes del tercer partido”. Dirigió equipos con nombres épicos (Lobos BUAP, Correcaminos) que sonaban a equipos de FIFA creados por adolescentes aburridos.

México 86 fue su cumbre, aunque en el país de los 11 históricos, ser el tercer portero equivale a ser el suplente del suplente en una telenovela. Mientras Maradona hacia el “gol del siglo”, Rodríguez contemplaba desde el banquillo cómo el sueño mexicano se reducía a esperar que ningún arquero se lesionara. Hoy, en el cielo de los futbolistas olvidados, seguramente entrena ángeles para ser segundones eternos.

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