El Mesías de Otoño que Partió en Invierno
En un acto de caridad sin precedentes, el futbol mexicano, esa liga famosa por su humildad y su aversión a los reflectores, se dignó a acoger entre sus modestias a Aaron Ramsey, un caballero de 34 abriles que, aunque ya no podía correr, aún conservaba el don supremo: haber pisado los sagrados céspedes de la Premier League.
Su llegada a los Pumas fue anunciada con la pompa de un segundo advenimiento. No se contrataba a un futbolista; se adquiría una reliquia, un trofeo viviente que demostraba que cualquier exjugador de un equipo inglés medianamente conocido puede ser coronado como un semidiós en estas latitudes.
La Efímera Era del Galés Ilustrado
El centrocampista galés, también conocido como “El Hombre que una vez Fue Joven”, fue presentado en julio como la solución definitiva a todos los males del club. Su currículum, que incluía un paso por la Juventus (hecho que se mencionaba en cada respiro), lo convertía en el refuerzo bomba perfecto: un artefacto que, si bien no explotaba en la cancha, hacía estallar de emoción a los directivos en las ruedas de prensa.
Sin embargo, el idilio no duró ni un suspiro. En un giro argumental que ni el más audaz de los dramaturgos se atrevería a plantear, el capitán de Gales abandona el proyecto no por lesiones, ni por bajo rendimiento, sino por la pérdida de su perrita, Halo. He aquí la sublime tragicomedia del deporte moderno: un club construye una épica en torno a un jugador, y el desenlace lo escribe el destino de una mascota.
Esta partida nos deja una profunda lección existencial: en el circo del fútbol espectáculo, donde los héroes se fabrican con recortes de prensa y los fichajes se miden por su valor Instagram, a veces la realidad, con sus dramas pequeños y sus lealtades genuinas, irrumpe para recordarnos que hasta los dioses del estadio tienen corazón. Y que, a veces, ese corazón prefiere el consuelo de un hogar sin su fiel compañera que los aplausos de un estadio vacío de sentido.












