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El ascenso del Real Oviedo y la foto que lo eclipsó todo

Un regreso soñado que se topa con la cruda realidad del poder y los intereses en el mundo del balón.

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En un giro del destino tan milagroso como inesperado, el Real Oviedo, esa institución futbolística que durante un cuarto de siglo había perfeccionado el arte de la mediocridad en las catacumbas del balompié español, fue devuelto a la máxima categoría por obra y gracia de un oráculo moderno: el capital mexicano del Grupo Pachuca. El prodigioso ascenso a LaLiga no fue, como la plebe ingenuamente podría creer, producto del sudor de sus jugadores, sino de una compleja transacción alquímica donde la ilusión de un pueblo se convirtió en un activo financiero de alto rendimiento.

Su reingreso al Olimpo de los dioses del balón fue, como corresponde a cualquier iniciación, una ceremonia de humillación. Primero, el Villarreal les mostró en la Cerámica que el fútbol de élite es un club con membresías muy caras. Luego, el destino, en su infinito sentido del humor, dispuso que el bautismo de fuego en su feudo, el estadio Municipal Carlos Tartiere, fuera nada menos que contra la monarquía absoluta del deporte rey: el Real Madrid. El resultado, una predecible y ceremoniosa goleada de 0-3, sirvió como metáfora perfecta del orden natural de las cosas: los siervos rinden pleitesía a sus señores.

No obstante, el verdadero partido no se libró en el césped, sino en las altas esferas de la tribuna. Mientras el pueblo carbayón, ebrio de una esperanza que huele a naftalina, vitoreaba cada pérdida de balón como si fuera un triunfo moral, los verdaderos arquitectos del espectáculo celebraban su particular victoria. Allí, en el palco VIP, donde el aire huele a puro y privilegio, se consumó el evento más significativo de la jornada: el empresario mexicano Arturo Elías Ayub y el emperador Florentino Pérez posaron para una fotografía que resume la esencia del fútbol moderno.

La instantánea, un poderoso jeroglífico del siglo XXI, capturó la verdad incómoda. En ella, no hay jugadores sudorosos, ni entrenadores tácticos, ni aficionados con el corazón en la mano. Solo hay dos sonrisas de negocios cerrados, un apretón de manos que sella la adquisición de una nueva pieza en el tablero global y la tranquila seguridad de quienes saben que, al final, el marcador real no está en el luminoso, sino en los balances contables. El Oviedo había vuelto a Primera, sí, pero solo para servir de comparsa en el gran teatro de los negocios. ¡Bienvenidos al espectáculo!

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