El Barcelona Femenil recibe una ovación en su llegada a México

La escena en el aeropuerto era un verdadero espectáculo de pasión. Tras un viaje transatlántico que siempre deja huella, uno no espera mucho más que recoger las malas y dirigirse al hotel. Pero he aprendido, tras décadas en este oficio, que la afición mexicana tiene una calidez que no se compara con ninguna otra. Las chicas del Barcelona Femenil, con esa mezcla de cansancio y emoción post-vuelo, fueron recibidas no como forasteras, sino como hijas pródigas. El bullicio de cánticos, el mar de banderas blaugranas y la paciencia de quienes esperaron horas… es algo que se queda grabado en la memoria de cualquier deportista.

Recuerdo una gira similar hace años, donde la diferencia entre un recibimiento frío y uno cálido marcaba por completo el ánimo del equipo para los partidos. Aquí, no hubo duda. A pesar de un contratiempo logístico habitual, como el retraso en la recogida de equipaje, la muchedumbre no se desvaneció. Esa energía se transmite, es un combustible intangible pero real. Este tercer periplo del conjunto comandado por Pere Romeu por tierras aztecas no es una mera gira de pretemporada; es una inmersión cultural, una lección de cómo el fútbol, especialmente el femenino, traspasa fronteras y crea comunidad.

El verdadero desafío, y se los digo por experiencia, viene después. Canalizar esta adrenalina inicial hacia el césped. Los amistosos ante las figuras de la Liga MX Femenil en el Estadio Universitario y contra el Club América en el Estadio Ciudad de los Deportes serán mucho más que simples partidos de preparación. Serán un termómetro de su estado físico, pero sobre todo, una prueba de carácter frente a una hinchada que las ha adoptado ya como propias. Estos encuentros forjan campeonas, no solo por los minutos de juego, sino por la grandeza de jugar donde el deporte es una religión.