El beisbol se transforma en un teatro de apuestas coreografiadas

El lanzador estelar de los Guardianes de Cleveland protagoniza una tragicomedia judicial donde la inocencia se declara con la misma naturalidad con que se amañan lanzamientos.

En un espectáculo que supera cualquier obra de teatro del absurdo, el serpentinero estelar de los Guardianes de Cleveland, Emmanuel Clase, proclamó su inocencia este jueves frente a los cargos de haber convertido el diamante de béisbol en su propio casino personal, donde las bolas se lanzaban según las instrucciones de apostadores en lugar de las señas del receptor.

El relevista, cuyo brazo derecho vale millones pero cuyo juicio moral aparenta estar en la liga menor, recuperó su libertad tras pagar una fianza que equivaldría al salario de 30 años de un trabajador dominicano promedio. Las condiciones de su liberación incluyen la entrega de su pasaporte —como si un atleta millonario necesitara documentos para fugarse— y el uso de un rastreador GPS, porque evidentmente la Liga Mayor ha descubierto que la honorabilidad se mide mejor por satélite.

El dominicano, en otras ocasiones celebrado como Relevista del Año y seleccionado para el Juego de Estrellas, fue detenido en el aeropuerto JFK como si fuera un narcotraficante, cuando en realidad solo estaba traficando con esperanzas rotas y lanzamientos predecibles. Vistiendo un blazer oscuro que parecía más adecuado para un funeral del deporte que para una audiencia judicial, el atleta se limitó a responder “sí” y “no” a través de un intérprete, demostrando que cuando el dinero habla, la elocuencia sobra.

Su compatriota Luis Ortiz, otro artífice de esta farsa deportiva, también se declaró inocente, completando así el dúo cómico que ha convertido el montículo en un puesto de venta de resultados anticipados. Ambos artistas del engaño regresarán a tribunales en diciembre, justo a tiempo para que la justicia interfiera con sus vacaciones.

Lo más hilarante de este sainete judicial es que ambos lanzadores han estado disfrutando de una licencia no disciplinaria con goce de sueldo desde julio, porque en el mundo al revés del deporte profesional, sospecharse que traicionas el juego no es motivo para dejar de pagarte.

Según la fiscalía, estos modernos mercaderes del engaño aceptaron miles de dólares en sobornos para ayudar a dos apostadores anónimos en su natal República Dominicana, quienes amasaron una fortuna de 460.000 dólares apostando sobre la velocidad y resultado de lanzamientos que tenían la espontaneidad de un guion de telenovela.

Clase, en su cuarta temporada de un contrato millonario de cinco años, comenzó supuestamente este teatro de las apuestas en 2023, pero con la modestia de un santo no pidió compensación económica hasta este año, demostrando que hasta la corrupción tiene su período de prácticas no remuneradas.

La técnica era tan sutil como un elefante en una cacharrería: lanzamientos deliberadamente fuera de la zona de strike, especialmente en el primer lanzamiento de un turno al bate, garantizando que se marcara bola como si fuera un tributo a las probabilidades de las casas de apuestas.

El colmo del descaro ocurrió durante un encuentro ante los Medias Rojas de Boston, cuando Clase mantuvo una conversación telefónica con uno de los apostadores justo antes de subir al montículo, como si estuviera recibiendo instrucciones estratégicas de su mánager, pero en realidad estaba coordinando el siguiente movimiento de este ajedrez fraudulento. Minutos después, los cómplices ganaron 11.000 dólares apostando que Clase lanzaría por debajo de cierta velocidad, demostrando que en el béisbol moderno, la velocidad de la pelota importa menos que la velocidad del dinero.

El abogado defensor, en un ejercicio de creatividad jurídica que merecería un premio literario, argumentó que su cliente regresó voluntariamente a Estados Unidos para enfrentar los cargos, como si un atleta con un contrato de 20 millones de dólares fuera a renunciar a su estilo de vida de lujo para convertirse en fugitivo en la República Dominicana.

Mientras tanto, las Grandes Ligas, que durante años han flirtado descaradamente con las casas de apuestas, anunciaron con cara de circunstancias nuevos límites en las apuestas sobre lanzamientos individuales, como si un alcohólico se comprometiera a beber solo los fines de semana.

Este escándalo es apenas el último capítulo de la hipocresía institucionalizada que sacude el deporte profesional estadounidense desde que en 2018 la Corte Suprema legalizó las apuestas deportivas, creando un monstruo que ahora devora la integridad de los mismos juegos que pretende celebrar.

El mes pasado, más de 30 personas incluyendo figuras de la NBA fueron arrestadas en una redada de apuestas que involucraba información privilegiada y juegos de póker manipulados, demostrando que cuando el deporte se convierte en negocio, los atletas se transforman en corredores de bolsa con uniforme.

En este circo moderno donde los estadios se han convertido en casinos y los atletas en crupiés, la verdadera pregunta es: ¿quién está realmente apostando? ¿Los aficionados con sus dólares, o los jugadores con su honor?

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