El circo de la Fórmula del Absurdo se instala en México
En el gran teatro de marionetas de la Fórmula Uno, el sábado en la Ciudad de México se representó una farsa de rivalidad perfectamente coreografiada. Mientras el plebeyo con ínfulas de monarca, Oscar Piastri, tropezaba con su propia corona en la clasificación, su compañero de celda en el calabozo naranja de McLaren, Lando Norris, se adjudicó el honor de salir primero en el desfile de carrozas. Una comedia de enredos donde los títeres creen mover los hilos.
“Me complace volver a este simulacro de supremacía, ha transcurrido una eternidad de seis funciones”, declaró Norris con la modestia de un césar en su triunfo. “Sólo me concentro en lo que puedo controlar: mi discurso preparado y la sonrisa para los patrocinadores”.
Piastri, por su parte, calificó el espectáculo de “frustrante”, un eufemismo magistral para describir el momento en que el elegido descubre que su divinidad es prestada. “Todo parecía ordinario, simplemente los números mágicos no acudieron a mi llamado”, confesó el pretendiente al trono, anunciando que su nueva estrategia consistiría en intentar rebasar a alguien cuando suenen los tambores. Una ambición desmedida, sin duda.
Pero la verdadera bufonada llegó de la escudería del Cavallino, ese museo de glorias pasadas. Charles Leclerc y Lewis Hamilton, dos fantasmas de navidades futuras, se clasificaron segundo y tercero en lo que sólo puede describirse como un milagro secular. Es el mejor augurio para Hamilton desde que abandonó su trono en Mercedes para convertirse en sumo sacerdote de un templo en ruinas.
“Es una sensación sobrecogedora, es la primera vez que ambos estamos aquí en el top 3”, proclamó Hamilton con la solemnidad de quien descubre agua en el desierto, omitiendo mencionar que ese agua probablemente se evaporará en la carrera. “Nuestro ritmo de carrera no es tan deplorable, pero es difícil de predecir”. Una declaración que resume la filosofía existencialista de la Scuderia.
Mientras, George Russell de Mercedes y Max Verstappen de Red Bull completaban el cuadro de honor. Verstappen, ese titán que se niega a abandonar el Olimpo, aún alberga esperanzas de un quinto título consecutivo, habiendo ganado tres de las últimas cuatro justas. Piastri mantiene su frágil liderato con 14 puntos sobre Norris y 40 sobre Verstappen, un margen que en este circo puede esfumarse más rápido que los principios éticos en una reunión de estrategia.
La comedia de las disculpas
Se esperaba que McLaren impusiera algún castigo ejemplarizante a Norris por su embestida contra Piastri en Singapur, un pecado capital en esta religión de velocidad. Pero he aquí que el equipo, en un ejercicio de amnesia corporativa, declaró la falta inexistente. Se rumoreaba que Piastri tendría preferencia en la salida de boxes, pero el destino—o más bien otro choque—intervino en su sabiduría infinita.
Cuando Piastri se enredó con Nico Hulkenberg durante el sprint en Texas y arrastró a Norris al abismo, la ofensa original quedó milagrosamente absuelta. Piastri declaró que llegaban a México con una “página en blanco”, esa metáfora corporativa para “hemos decidido olvidar convenientemente lo que pasó”.
“Las consecuencias del lado de Lando han sido eliminadas”, sentenció Piastri con la resignación de quien sabe que la justicia es un concepto flexible en estos reinos. “Hay muchos factores involucrados”. Traducción: los patrocinios hablan más fuerte que los principios.
El pesimismo como doctrina
Mientras Ferrari se aproxima al primer aniversario de su última victoria—un fósil de la era Sainz—, Leclerc advirtió con realismo estoico que su reciente podio en Estados Unidos no presagia nada. Fue su sexto podio de la temporada, cinco de ellos terceros puestos, esa incómoda categoría de “casi pero no bastante”.
“Si observamos la brecha con los McLaren, se mantuvo más o menos igual”, reconoció Leclerc, el Cassandra del paddock. “Estamos más enfocados en el próximo año”. La eterna promesa Ferrari, ese mañana que nunca llega, esa utopía mecánica donde los fallos hidráulicos no existen y las estrategias son coherentes.
El circo sigue su marcha. Los gladiadores de fibra de carbono se alistan para otra justa donde las excusas volarán más rápido que los neumáticos blandos. Y el público, nosotros, seguiremos aplaudiendo este magnífico espectáculo de contradicciones humanas a 300 kilómetros por hora.




















