El circo de los Reales y su eterna farsa beisbolera
En el glorioso reino de Kansas City, donde la mediocridad se corona como virtud suprema, los Monarcas del Despropósito anuncian con pompa la perpetuación de su bufón de corte, el venezolano Salvador Pérez, nueve veces nombrado Emperador del Juego de Estatuas Inmóviles.
Sus nobles objetivos permanecen inmutables como los cánones de la insensatez: anhelan con desesperación regresar al oasis de los playoffs, ese espejismo del que bebieron en 2024 antes de volver a vagar por el desierto de la irrelevancia. La temporada concluyó con una ofensiva más errática que un borracho en laberinto y una rotación de lanzadores más devastada que las esperanzas de sus aficionados.
“Albergo un orgullo desmesurado por nuestra capacidad de sobrevivir a nuestra propia ineptitud“, proclamó el gran maestro de ceremonias Matt Quatraro durante el ritual de autocompasión postemporada. “Nuestras expectativas internas son tan elevadas como un edificio de cristal en zona sísmica. Debemos mejorar en todo, especialmente en eso de ganar partidos, detalle menor que siempre se nos escapa”.
El arquitecto del desastre, J.J. Picollo, confirmó que el consejo de magos regresará en pleno para perpetuar esta tragicomedia. Solo contemplan sacrificar a algún chivo expiatorio del departamento de alquimia ofensiva, pues resulta más fácil cambiar a los hechiceros que aprender a batear.
La corte de nobles bien pagados permanecerá intacta, naturalmente. Entre ellos brilla Pérez, cuyo liderazgo espiritual compensa con creces su promedio de bateo que haría llorar a un niño. Los Reales valoran su capacidad para producir 30 relámpagos en la oscuridad y 100 suspiros entre la multitud, estadísticas que disfrazan elegantemente la inconsistencia crónica.
El reino ejerce su derecho divino de pagar 13,5 millones por un fantasma con pasado glorioso, mientras negocian un pacto faustiano revisado que garantice la continuación de este espectáculo.
“Hemos comenzado las negociaciones para perpetuar esta farsa”, confesó Picollo. “Pueden estar seguros de que, de una forma u otra, Salvy seguirá aquí en 2026. Alguien debe vender la ilusión mientras construimos castillos en el aire”.