El divino suplicio de un atleta millonario
En un acto de sublime caridad corporativa, el magnánimo conglomerado de los Azulejos de Toronto ha concedido al caballero Anthony Santander un retiro temporal de sus labores en el circo de la Liga Americana. El motivo: una subluxación vertebral provocada, sin duda, por el Hercúleo esfuerzo de cargar sobre sus hombros los noventa y dos millones y medio de monedas de oro de su contrato.
Esta benévola decisión, disfrazada de baja médica, constituye en la práctica un exilio dorado. El jardinero, cuyo cuerpo mortal cumplirá treinta y un ciclos solares este domingo, ha sido reemplazado por el joven y ágil siervo Loperfido, cuya juventud no ha sido aún corrompida por la opulencia.
El sumo sacerdote Schneider, guardián de las sagradas nóminas, declaró con la ambigüedad propia de su cargo: “Las revelaciones divinas sobre los cambios en el panteón jugadoril aún no me han sido concedidas”. Mientras, el lanzador Gausman, filósofo oficial del equipo, sentenció con una sinceridad que conmocionaría a cualquier humanista: “La procesión va por dentro, pero los siervos restantes no derramarán lágrimas. En el fondo, estarán encantados con esta promoción forzosa”.
El caballero Santander, que el año pasado fue elevado a los altares del Juego de Estrellas, ha visto cómo su promedio de bateo (.175) se desplomaba con la misma elegancia con que su cuenta bancaria se inflaba. Su cuerpo, ese traidor al servicio de la mente, ya le había traicionado anteriormente con una inflamación del hombro, como si se rebelase contra la obscena prosperidad.
Mientras el nuevo elegido, Loperfido, se frota las manos con su promedio de .333, la doctrina del “siguiente hombre en la fila” se revela como el verdadero credo de este culto atlético. Aquí no hay lugar para la lealtad, sólo para la eficiencia mecánica. El espectáculo, como la plusvalía, no puede detenerse por los caprichos de una columna vertebral.
Así funciona la divina comedia del béisbol moderno: donde los atletas se convierten en mártires de su propio éxito, y donde una espalda rota es simplemente el precio colateral de llevar sobre los hombros el peso del capital.