El ICE detiene a Chávez Jr. en un circo migratorio de doble moral

En un giro digno de una tragicomedia burocrática, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) anunció con pompa y circunstancia la detención del exboxeador Julio César Chávez Jr. por parte del ICE, mientras las autoridades migratorias estadounidenses demostraban una coherencia tan sólida como un castillo de naipes en un huracán.

El pugilista, a quien algunos llaman “el campeón sin papeles”, fue arrestado en Studio City, California, donde residía con la discreción de un elefante en una cacharrería. Según el DHS, Chávez Jr. no solo es un “ciudadano mexicano indocumentado”, sino también un presunto miembro del Cártel de Sinaloa, organización que, para sorpresa de nadie, sigue siendo tan popular en ciertos círculos como el aguacate en el brunch millennial.

Lo más hilarante del caso es la danza burocrática: en 2023, el exboxeador entró legalmente con una visa de turista (porque, claro, ¿qué mejor cover para un narcotraficante que un viajero con ganas de ver Disneylandia?). Luego, en abril de 2024, solicitó la residencia permanente alegando un matrimonio con una ciudadana estadounidense… que casualmente tenía vínculos con el hijo difunto de “El Chapo”. ¡Romántico!

Pero el verdadero premio al absurdo se lo lleva la administración Biden, que en enero de 2025 decidió que Chávez Jr. no era “prioridad migratoria” y le permitió reingresar al país. ¿Razón? Misterio. ¿Lógica? Cero. ¿Ironía? A niveles shakespearianos. Solo faltó que le dieran una palmadita en la espalda y un “suerte en tu pelea contra Jake Paul, campeón”.

La cereza del pastel fue la declaración de la subsecretaria Tricia McLaughlin, quien, con la solemnidad de un predicador en un casino, aseguró que con Trump “nadie está por encima de la ley”. Claro, porque en esta farsa, la justicia parece más un espectáculo de lucha libre: scripteado, lleno de golpes bajos y con un ganador decidido de antemano.

Moraleja: en el gran circo de la política migratoria, los malabares legales son el acto estrella, y los únicos que pierden son los espectadores que aún creen en el guión.