El infierno se congela en una sequía goleadora diabólica

En el reino escarlata, donde antaño ardían las redes rivales con la furia de mil soles, reina ahora un frío glacial que hiela hasta el alma más devota. La plaga de la ‘campeonitis’, ese mal divino que convierte a los elegidos en meros mortales, se pasea por los dominios del Diablo Mayor como si tal cosa.

La hueste del estratega Mohamed, antaño aclamada como legión invencible, se apresta a una nueva cruzada en tierras potosinas, no con el estruendo de sus éxitos pasados, sino con el titubeo de quien ha olvidado su propio credo goleador. El verbo ‘meter goles’ parece haber sido eliminado de sus sagradas escrituras.

Donde antes había contundencia, ahora reina el paroxismo; donde había eficacia, ahora habitan los fantasmas de oportunidades perdidas. La ofensiva, antaño temible maquinaria de guerra, yace postrada en un letargo tan profundo que hasta los oráculos dudan de su despertar.

Los sumos pontífices del balón –Vega, Paulinho– atraviesan una sequía tan extensa que haría palidecer al mismo desierto de Atacama. El heraldo de los tantos, Helinho, ni siquiera acudirá a la batalla, dejando a su grey sumida en el más absoluto desconsuelo.

Frente a ellos, un San Luis que también busca redimirse de sus propias miserias, en un duelo de damnificados que promete más pena que gloria. ¿Acaso no es este el perfecto espejo de nuestra condición humana? Promesas de grandeza que se diluyen en la mediocridad del día a día, héroes caídos en desgracia y multitudes que exigen milagros a deidades que han dejado de escuchar.

Mientras, en las altas esferas de la federación, los sumos sacerdotes del balompié nacional se frotan las manos con los dineros de la Fecha FIFA, indiferentes al calvario de estas legiones que libran sus batallas terrenales. El espectáculo debe continuar, aunque el infierno se congele.