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El Juego de Estrellas donde el patriotismo se mide en sudor y gritos

La batalla futbolística entre México y EE.UU. trasciende el campo y se convierte en un espectáculo de orgullo nacional.

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En un despliegue de fervor casi bélico, André Jardine, más parecido a un general en el campo de batalla que a un técnico de fútbol, dirige a sus tropas con gritos que harían palidecer a un sargento de marina. Las gotas de sudor en los rostros de sus jugadores no son producto del calor texano, sino del peso de llevar sobre sus hombros el destino de la patria. Porque, claro, nada une más a un país que un partido amistoso convertido en una cruzada nacionalista.

El Juego de Estrellas, esa noble tradición donde el espectáculo debería reinar, se ha transformado en un campo de minas diplomático. “Venimos a ganar y a poner a la Liga mexicana en lo más alto”, declara Jesús Gallardo, como si el futuro geopolítico de México dependiera de un balón. Mientras tanto, los jugadores extranjeros, con la sabiduría de quienes han aprendido a navegar las aguas turbulentas del patriotismo deportivo, juran lealtad a su nuevo terruño con la misma pasión que un converso en un revival.

La rivalidad, dicen, no es amistosa. ¿Cómo podría serlo cuando el orgullo de dos naciones se mide en goles y tarjetas amarillas? Diber Cambindo, el colombiano que encontró en Necaxa su segunda patria, promete ganar como si su visa dependiera de ello. Y es que, en este circo moderno, los jugadores no son atletas, sino gladiadores del siglo XXI, donde el trofeo es la validación de una cultura frente a la otra.

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El historial de enfrentamientos se lee como un tratado de guerra: dos victorias para los vecinos del norte, una para los héroes del sur. ¿Qué mejor manera de resolver las tensiones bilaterales que con un partido de fútbol donde Messi y Rodríguez, los mesías del balón, podrían o no aparecer para salvar el espectáculo?

Así, bajo el calor de Texas y el peso de las expectativas, los jugadores prometen “hacer las cosas bien”, como si el partido fuera un examen moral. Elías Montiel, con la solemnidad de un estadista, asegura que esto es una prueba del “buen nivel” de la Liga MX. Porque, al final, en este juego de estrellas, lo único que brilla es la necesidad de demostrar que, en el campo como en la vida, alguien siempre tiene que perder.

El partido, por si alguien lo había olvidado, será hoy a las 20:30 horas. O, como lo llaman los puristas, la hora en que el patriotismo se mide en minutos de juego.

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