En un acto de fe colectiva que haría palidecer a los más fervientes creyentes, la nación entera ha depositado sus anhelos de redención patriótica en los hombros, aún en desarrollo, de un joven prodigio del balompié. Gilberto Mora, ungido por los sumos sacerdotes de la prensa deportiva, ya no es un simple futbolista; es el elegido, la piedra angular sobre la que se construirá el glorioso destino nacional en el próximo evento cuatrienal de carácter planetario.
Resulta conmovedor, cuando no tragicómico, observar cómo la maquinaria del establishment deportivo y mediático se pone en marcha para fabricar, con meticulosa precisión industrial, al próximo salvador de la patria. El proceso es tan predecible como absurdo: se identifica a un joven con destreza, se le corona como “promesa” en letras de molde, y acto seguido, se le carga con el peso de curar, mediante goles y regates, todos los males y complejos de inferioridad de una nación. No es talento lo que muestra; es un milagro en ciernes, un acto de prestidigitación colectiva donde todos deciden creer.
La Profecía Autocumplida del Oráculo Tricolor
“Va a ser una pieza clave”, sentenció con la solemnidad de un augur romano otro miembro del culto del mediocampo. La declaración, presentada como revelación divina, es en realidad el mantra que alimenta la farsa. Se le venera por lo que “ha venido demostrando” en esos extraños rituales internacionales conocidos como “fechas FIFA“, ensayos generales para la gran obra de teatro mundial. La lógica, reducida a su más puro absurdo, dicta que lo que funcionó en un par de amistosos contra selecciones secundarias, inevitablemente y por decreto periodístico, se repetirá en el circo máximo. La excepción está prohibida; el guión ya está escrito, y la nación, hipnotizada, espera su final feliz.
Así, entre titulares apocalípticos y declaraciones mesiánicas, se construye la epopeya moderna: la de un país que prefiere buscar héroes en un campo de juego que enfrentar sus demonios en la arena de lo real. El Mundial no es un torneo; es el teatro escatológico donde se jugará, según nos aseguran, nada menos que nuestro honor y nuestro futuro. Y todo, gracias a la “pieza clave” de un rompecabezas que, quizás, nunca estuvo destinado a completarse.














