El Olimpo del Béisbol Niega la Inmortalidad a un Dios del Diamante

En un acto de sublime coherencia, los augustos guardianes del Panteón de Cooperstown han dictaminado, con la solemnidad de un concilio de cardenales, que Fernando Valenzuela, ese simple titán que una vez detuvo la rotación de la Tierra con su lanzamiento de screwball, no es digno de la inmortalidad bronceada.

Los Arcanos Criterios de la Divinidad Deportiva

La Asociación de Escribas del Diamante y el Comité de Ancianos de la Era Vetusta, custodios de las llaves del paraíso, han encontrado, tras décadas de meditación, que el hombre que desató la “Fernandomanía” y unió continentes desde el montículo carece del inefable *je ne sais quoi* requerido para compartir vitrina con las efigies sagradas. ¿Acaso ganar el Cy Young y el galardón de Novato en un mismo año es mera anécdota? ¿Qué son dos Series Mundiales conquistadas para el simple “Toro” de Etchohuaquila frente a la compleja teología de las estadísticas puras?

Un Panteón con Espacio para Demonios, pero no para Héroes

En un giro narrativo que honra la tradición de la farsa moral, la misma asamblea que sigue debatiendo la entrada de notables caballeros asociados con ciertas “ayudas farmacéuticas” para la hazaña atlética, ha encontrado en Valenzuela un candidato insuficiente. La pureza del juego, al parecer, se mancha más con el carisma desbordante de un ídolo popular que con viales de sustancias prohibidas. Bonds, Clemens y Sheffield, con sus sombras alargadas, recibieron migajas de votos, demostrando que el infierno está lleno de buenas intenciones y el Salón de la Fama, de criterios flexibles.

La Promesa de una Gloria Diferida

Al héroe se le ofrece, magnánimamente, una nueva oportunidad para suplicar su ingreso en el año 2031. La burocracia de la eternidad funciona con la celeridad de un glaciar, concediendo al “Toro” una década más para que su leyenda, quizás, se oxide lo suficiente como para parecer antigua y, por tanto, respetable. Mientras tanto, sus hazañas seguirán vivas en la memoria de millones, un santuario popular muy inferior, por supuesto, a un busto de bronce en un pueblo de Nueva York.

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