El ranking de la WTA se convierte en montaña rusa mientras Boisson desafía la lógica

En un giro que dejó a los puristas del tenis mascullando sobre brujería deportiva, Loïs Boisson, quien hasta hace quince días era más conocida por llevar las toallas en Roland Garros que por jugar allí, completó una hazaña digna de cuento: escalar 296 puestos en el ranking WTA tras perder… sí, perder. Así funciona la matemática mágica del tenis profesional, donde caer derrotada te hace subir como espuma de champán.

Mientras tanto, en la cima del Olimpo tenístico, Aryna Sabalenka sigue reinando con puño de hierro, demostrando que para mantenerse arriba basta con no caerse (o que las demás caigan más). Su “rival” Coco Gauff, recién coronada en París, sigue siendo su súbdita en el escalafón, porque el sistema prefiere la constancia aristocrática a las revoluciones plebeyas.

En el circuito masculino, la farsa continúa: Carlos Alcaraz gana el torneo pero sigue siendo “el eterno segundo”, mientras Jannik Sinner aplica la vieja táctica de perder para ganar (puntos). Novak Djokovic, por su parte, demostró que incluso a medio gas puede ascender posiciones, confirmando que el ranking ATP es como un ascensor social: unos se estancan y otros suben por inercia.

Lo realmente revolucionario sería que estos rankings reflejaran el mérito deportivo y no la burocracia de puntos. Pero eso sería tan absurdo como esperar coherencia en la política… o que un jugador 361° llegue a semifinales de un Grand Slam. Oh, wait.