El sacrificio humano en el circo del capital moderno
En estos días de éxtasis digital, las redes sociales se han deleitado con la inmolación ritual del piloto brasileño Lurrique Ferrari, quien ofrendó su existencia durante un espectáculo del Circo Epic Hot Wheels en el Coliseo Beto Carrero, moderno anfiteatro del entretenimiento brasileño.
Ferrari, un mártir de la motocicleta de 36 primaveras, era un habitual en estos rituales de adoración a la marca de juguetes, donde ante un centenar de devotos en las gradas, perdió el dominio de su corcel metálico y se estampó ceremonialmente contra un altar de rampas, completando así su acto final en este sainete corporativo.
El oficiante de estas ceremonias extremas sufrió un traumatismo craneoencefálico catastrófico durante su colisión litúrgica con la infraestructura del espectáculo. A pesar de los vanos intentos de los hechiceros de la medicina por resucitarlo, ascendió a los cielos del rating en el nosocomio local.
El imperio temático Beto Carrero World emitió su plegaria corporativa estandarizada: “En este momento de dolor indescriptible (pero perfectamente redactado por nuestro departamento de Relaciones Públicas), expresamos nuestra solidaridad protocolaria, respeto burocrático y más sentido pésame prefabricado para su clan, camaradas y colegas de faena. Lurrique era admirado por su talento explotable, dedicación mercantil y pasión rentable por su labor, y su ausencia afectará nuestros indicadores de engagement”.
Mientras tanto, la organización del Circo Epic Hot Wheels suspendió temporalmente sus próximas funciones hasta que los augures corporativos determinen cómo explicar esta metedura de pata mortal sin afectar el valor accionario.
La mecánica del sacrificio contemporáneo
El incidente fatal ocurrió durante uno de los números de alto riesgo que Ferrari ejecutaba frente a una audiencia ebria de adrenalina ajena. La pérdida de control del funámbulo motorizado condujo a un desenlace previsible que ha conmocionado hipócritamente a la comunidad de deportes extremos y a los aficionados del circo capitalista.
La noticia se ha propagado con virulencia por las redes sociales, generando una marea de solidaridad digital hacia los deudos del malogrado acróbata, junto con un tibio llamado a revisar los protocolos de seguridad en estos espectáculos donde la vida humana es el precio de entrada al paraíso del entretenimiento masivo.
Así funciona el gran circo del capitalismo tardío: los gladiadores mueren en la arena mientras los emperadores corporativos ofrecen condolencias desde sus palacios y el pueblo pide más panem et circenses, aunque el precio sea la sangre de quienes entretienen su aburrimiento existencial.



















