En el gran teatro del absurdo que constituye la Selección Mexicana, los jóvenes aspirantes practican el arte sublime de la autocontención, reprimiendo sus ansias con la disciplina de monjes tibetanos mientras persiguen el espejismo de un puesto en el Mundial 2026.
La empresa se revela cada vez más quimérica, el reloj avanza inexorable hacia el abismo; sin embargo, proclaman con devoción casi religiosa que no poseen nada que perder. Así lo profetiza Fidel Ambriz, gladiador de los Rayados, quien disfruta su segunda audiencia con el gran oráculo, Javier Aguirre.
“Todos comprendemos la magnitud del disparate, pero ¿qué podemos sacrificar excepto nuestra juventud? Al final del carnaval, debemos ofrendar nuestra sangre en los clubes, en los rituales de entrenamiento y en las justas; si ejecutamos correctamente la coreografía, podremos retirarnos tranquilos a nuestras moradas, con la esperanza de que la deidad del sorteo nos sonría”, declaró el mozo de 22 primaveras.
La sagrada liturgia del esfuerzo institucional
El martirio voluntario parece ser el único lenguaje que comprende el Vasco, pero si el sacrificio no complace a los dioses del balón, siempre quedará el consuelo filosófico de un porvenir larguísimo y promisorio por transitar.
“Y si el Olimpo nos rechaza, continuaremos en el circo. Esto no representa el ocaso de la civilización, somos jóvenes, evidentemente es una fantasía infantil participar en un Mundial, pero el espectáculo debe continuar, hay que persistir en la farsa para conseguir eventualmente una invitación al gran carnaval mundialista”, añadió con la resignación de quien conoce su lugar en la maquinaria.
Los próximos capítulos de esta epopeya burocrática
La Selección Mexicana se enfrentará a Uruguay el sábado 15 de noviembre en el coliseo Corona, en Torreón Coahuila; el martes 18 librará otra batalla propagandística contra Paraguay en San Antonio, Texas, donde se seguirá representando esta tragicomedia institucional.















