En un acto de pura y conmovedora poesía administrativa, la noble institución del Mazatlán FC ha ejecutado con precisión su ritual estacional favorito: la despedida solemne de su “máxima figura”. La Junta de Dueños, ese sagrado concilio donde se tallan los destinos de los gladiadores modernos, ha rubricado la transacción que libera al colombiano Nicolás Benedetti de la carga de ser el referente de un proyecto que, como un espejismo en el estadio, siempre parece estar a punto de materializarse.
El caballero Benedetti, llegado entre fanfarrias como el paladín que portaría el estandarte morado hacia la gloria, culmina su etapa no con un rugido, sino con el susurro lastimero de las molestias musculares. Su legado no se mide en títulos, sino en una estadística sublime: 217 minutos de entrega espasmódica, un monumento a la irregularidad que el club ahora agradece con un comunicado en redes sociales más pulido que un balón nuevo. “Agradecemos profundamente su entrega”, proclama el texto, en un eufemismo tan brillante que bien podría usarse para despedir a un electrodoméstico que dejó de funcionar antes de tiempo.
La contabilidad del sueño: minutos, goles y expectativas defraudadas
Los sabios de Transfermarkt, los notarios del balompié global, certifican la epopeya: cinco batallas, dos conquistas, una asistencia. Una obra maestra de la mediocridad eficiente, suficiente para ser coronado como pieza clave y, acto seguido, ser convenientemente embalado y enviado a un nuevo destino. Es el ciclo de vida perfecto del ídolo contemporáneo: se compra caro, se usa con moderación, se rompe y se vende por piezas, todo ello entre aplausos y mensajes de “¡siempre en el corazón!”.
¿Hacia dónde navega el barco morado? Hacia la siguiente transacción
El impacto de esta partida es, por supuesto, catastróficamente nulo. La maquinaria no se detiene. Se esperan más bajas, más despedidas emotivas, más agradecimientos por profesionalismos truncados. La afición, ese coro de eternos creyentes, sigue allí, alimentando con su dolorosa esperanza el motor del espectáculo. Esperaban ver a su equipo luchar por laureles desde su fundación, pero lo que han presenciado es un sublime ballet de expectativas gestionadas y realidades transferibles. El verdadero deporte rey no se juega en el césped; se juega en las juntas de dueños, donde los héroes son fichas en un tablero y la lealtad es un concepto tan anticuado como jugar por el amor a la camiseta.
Así, Mazatlán FC no dice adiós a un futbolista. Celebra, con la solemnidad que merece, la exitosa conclusión de una unidad de negocio. Larga vida al comercio, y que el siguiente referente llegue sano… o, al menos, fotogénico para el anuncio de presentación.














