La Máquina del Tiempo (y el Absurdo) se Pone en Marcha
Con la solemnidad de un decreto papal, los sumos sacerdotes del balompié nacional han desvelado el sagrado calendario para el próximo ejercicio litúrgico, conocido entre los profanos como el “Clausura 2026”. Tras coronar a su último campeón, la industria del espectáculo futbolístico, hábilmente disfrazada de pasión deportiva, se prepara para otro semestre de coreografiado frenesí.
En un alarde de previsión que dejaría pálido a Nostradamus, el arranque está fijado para un viernes 9 de enero, fecha en la que, por arte de magia burocrática, los aficionados habrán olvidado ya los excesos navideños y estarán ansiosos por consumir más de lo mismo. El acto inaugural, una triple cartelera, pretende simular abundancia donde a menudo solo hay rutina.
La Flexibilidad Reglamentaria: Un Arte Nacional
Al tratarse de un año “mundialista” –término mágico que justifica cualquier desmán–, la agenda presenta joyas de la lógica institucional. Se implementarán fechas dobles, porque si algo necesita el futbolista moderno es más desgaste físico y menos recuperación. Tras apenas tres jornadas, un parón de quince días permitirá a la Selección Mexicana disputar amistosos “fuera de fecha FIFA”, una categoría tan misteriosa y útil como los “gastos de representación”.
Pero la pieza maestra del nuevo reglamento es una perla de ingeniería normativa. Para la fase final, los clubes podrán alinear a nueve jugadores no formados en México, saltándose alegremente el límite habitual de siete. La justificación, por supuesto, es la ausencia de los seleccionados nacionales, concentrados por capricho del estratega supremo. Así, en el clímax del campeonato local, se premiará la falta de cantera y se consagrará el mercantilismo: un alegato perfecto en contra de lo que dice defender.
El Gran Final: Un Epílogo Predecible
La llamada “Liguilla”, ese ritual de eliminatorias que mantiene en vilo a la nación, está meticulosamente planificada hasta el último detalle. Las fechas de ida, vuelta, semifinales y finales están dispuestas con la precisión de un reloj suizo, asegurando que el espectáculo concluya justo a tiempo para dar paso a la siguiente mercancía: el hype mundialista. El Toluca, en su búsqueda del tricampeonato, no es más que el protagonista temporal de una telenovela cuyos guionistas están en una oficina, no en un banquillo.
En definitiva, lo que se presenta como un simple calendario es, en realidad, un tratado de absurdistán aplicado. Un documento que parodia la planificación, se ríe de la coherencia deportiva y consagra el principio sagrado del negocio: el show debe continuar, aunque las reglas del juego cambien a mitad del partido y los actores sean intercambiables. Bienvenidos al circo, donde los horarios son lo de menos y lo único constante es la necesidad de vender entradas.














