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La Copa Billie Jean King y el circo geopolítico del tenis

Un esperado retorno que promete más que raquetas y pelotas en la cancha de la geopolítica deportiva.

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La Copa Billie Jean King y el circo geopolítico del tenis

Foto: El Universal.

En un alarde de precisión geopolítica digna de un tratado de la posguerra, los altos mandatarios del tenis nacional, encabezados por el eminente estratega Hernán Garza Echavarría, han decretado que la Sultana del Norte será el epicentro de un suceso de proporciones cósmicas: el Grupo A de la Billie Jean King Cup. Allí, en el sagrado suelo de Monterrey, la selección azteca medirá sus fuerzas contra las temibles potencias tenísticas de Canadá, la tierra del hielo y la cortesía, y Dinamarca, el imperio de los pasteles y Hamlet.

Este magno evento, programado meticulosamente para los días 14 al 16 de noviembre, marca un hito histórico: el regreso del equipo mexicano a la ciudad después de un exilio autoimpuesto que ha durado desde 1998. En aquellos días de antaño, nuestros héroes de la raqueta se batieron en duelo contra colosos del deporte como El Salvador, Haití, Guatemala, Costa Rica, Barbados, Bermuda y Antigua y Barbuda. Una lista de rivales que, sin duda, evoca el mismo temor que una liga de superhéroes reunida para salvar el universo.

El formato de la justa es una obra maestra de la complejidad burocrática: tres partidos, dos de individuales y uno de dobles, en un round robin que promete más giros dramáticos que una telenovela vespertina. El premio final para el vencedor no es una mera copa o gloria efímera, sino el ascenso a la clasificación por el Grupo Mundial, un éxtasis casi místico que coloca a una nación en el Olimpo tenístico.

Al frente de esta cruzada nacional estarán nuestras más brillantes paladinas: Renata Zarazúa, Giuliana Olmos y Ana Sofía Sánchez. Ellas, armadas con sus raquetas y la esperanza de una nación, cargarán sobre sus hombros no solo la responsabilidad de ganar partidos, sino la pesada carga de justificar los presupuestos, las sedes y la existencia misma de una burocracia deportiva que encuentra en estos eventos la perfecta alegoría de su propia relevancia. ¡Larga vida al tenis, a la geopolítica absurda y a los round robins!

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