En un despliegue de estrategia geopolítica que haría palidecer a los planificadores de la OTAN, el alto mando del reino auriazul ha movilizado sus recursos en una campaña sin precedentes. Su objetivo no es menor: la conquista simultánea de tres frentes de batalla —el doméstico, el continental y el de la copa interestatal— en el glorioso año de 2026. Tras el solemne anuncio de tres nuevos paladines (Garza, Vieira y Leone), la burocracia deportiva, en un arrebato de eficiencia casi sobrenatural, se apresta a sellar el destino de un cuarto elegido.
La mirada omnisciente de los sabios del estadio Universitario se ha posado, con la precisión de un satélite espía, sobre la figura de Jordan Carrillo. En los sagrados pasillos del club, se susurra que su fichaje no es una mera transacción, sino un acto de fe, la pieza final de un talismán diseñado para aplacar la insaciable sed de trofeos de una afición que, hasta ahora, se conformaba con la poesía del juego. La maquinaria, una vez más, ruge. El absurdo ciclo de la esperanza mercantilizada comienza de nuevo.













