Una lección de humildad en el Mediterráneo
Permítanme compartir una perspectiva que solo los años bajo los tres palos pueden dar. He visto a muchos porteros, incluido yo mismo, creer que un cambio de escenario sería la solución mágica. La realidad, como está descubriendo Guillermo Ochoa en el AEL Limassol, suele ser más compleja.
La reciente goleada 4-0 frente al Aris Limassol no es solo un mal resultado; es un síntoma. En mi experiencia, cuando un guardameta experimentado recibe tantos goles de manera consecutiva –12 en total desde su debut–, el problema rara vez es solo individual. Habla de una defensa desorganizada y una falta de compenetración colectiva que ningún portero, por bueno que sea, puede resolver en solitario.
Recuerdo una etapa similar al inicio de mi carrera en el extranjero. La tentación es culpar al entorno, a la suerte o a la falta de ritmo. La verdadera lección, la que se aprende con las derrotas, es que la adaptación a una liga nueva, especialmente una como la liga chipriota con su estilo de juego particular, requiere más que talento. Exige paciencia, humildad y, sobre todo, tiempo que un Mundial a la vuelta de la esquina no siempre concede.
Ver al cuadro del AEL en la décima posición con solo siete puntos confirma una intuición que todo veterano desarrolla: un portero es el termómetro del equipo. Si él sufre, es porque el colectivo no está funcionando. Los goles de Mihlali Mayambela, Jaden Montnor y el doblete de Veljko Nikolic no son fallos aislados de Ochoa; son el reflejo de una estructura vulnerable.
Su sueño de llegar al Mundial de 2026 es loable, y esta aventura en Limassol era su gran apuesta. Pero el camino al campeonato mundial está pavimentado con rendimientos consistentes, no con esperanzas. La fría realidad es que las actuaciones actuales del experimentado cancerbero complican seriamente un llamado del estratega Javier Aguirre. La confianza de un director técnico se gana con seguridad y liderazgo dentro del área, algo que, por ahora, brilla por su ausencia.
Como quien ha vivido las presiones de la portería, sé que este momento define a un deportista. Puede ser el principio del ocaso o la chispa que encienda una memorable reacción. El tiempo, ese juez implacable, tendrá la última palabra.