En este oficio del fútbol, he aprendido que las rachas impresionantes, como los 490 minutos sin recibir un gol que acumulaba la Selección Mexicana, suelen romperse en los momentos de mayor presión. La caída (0-1) ante Países Bajos en las semifinales del Mundial Femenil Sub-17 fue un recordatorio doloroso de esa máxima. Llevo años observando cómo la concentración es un músculo que se entrena, y lastimosamente, una única desatención defensiva fue suficiente para que Lina Touzani decidiera el partido. Es el tipo de error del que se aprende más que de cualquier victoria.
Después de un primer tiempo táctico y con pocas claridades, ese gol en el minuto 69 actuó como un balde de agua fría. He vivido en mis propias carnes cómo un marcador en contra puede despertar a un equipo, y así fue. El ímpetu del combinado nacional creció, pero aquí reside otra lección crucial: la urgencia no puede suplir la falta de ideas en la fase de creación. Se vio mucho despliegue por las bandas, pero faltó lucidez y puntería en el último tercio de la cancha. El muro defensivo neerlandés se mostró sólido, y la falta de contundencia ofensiva nos pasó factura.
Recuerdo un partido similar años atrás, donde la desesperación por empatar nubló la precisión. Es exactamente lo que sucedió. El disparo de la capitana Berenice Ibarra estrellándose en el travesaño en los segundos finales es una imagen que quedará grabada, un “casi” que duele más que una derrota abultada. Y sobre la revisión del VAR por una posible falta sobre Miranda Solís, la experiencia me dicta que cuando el árbitro tarda tanto en decretar, rara vez el fallo es favorable. No se puede dejar la clasificación en manos de una decisión dudosa; el partido debe ganarse en el terreno de juego.
Este tropiezo, aunque amargo, no opaca la plausible trayectoria del equipo dirigido por Miguel Gamero. El partido por el tercer puesto ante Brasil será una prueba de carácter. En mi carrera, las mayores revelaciones de un grupo surgen no de sus triunfos, sino de cómo se levantan después de una decepción profunda. El sueño del primer campeonato mundial se pospuso, pero el camino recorrido y las lecciones aprendidas en esta eliminatoria son cimientos invaluables para el futuro del fútbol femenino en México.


















