La épica batalla de la alcaldía contra el crimen de cerrar una calle

En un acto de valor sin precedentes, la alcaldía Benito Juárez ha declarado la guerra total al enemigo público número uno: un cono de tráfico fuera de lugar. El campo de batalla es la sagrada calle Indiana, y la víctima colateral, el partido de fútbol entre América y Pachuca, que será ejecutado en el más absoluto secreto de estado, también conocido como “a puerta cerrada”.

El delito que sacudió los cimientos de la civilización occidental ocurrió cuando un miembro de las fuerzas de seguridad del club América, un individuo claramente imbuido de un poder desmedido, osó colocar una valla en un lugar no autorizado por el sagrado “Operativo Ladrillera”. La consecuencia inmediata fue el caos: una vecina, en su trágico peregrinaje, se vio momentáneamente impedida de alcanzar el Olimpo de la atención médica. Afortunadamente, los héroes anónimos de la policía local, armados con el manual de procedimientos, acudieron a liberar la vía, restableciendo el orden en el universo.

La alcaldía, en su infinita sabiduría y misericordia, ha dejado una puerta abierta a la redención. El América podría obtener el perdón y recuperar el derecho a tener espectadores si demuestra que su personal de seguridad no está compuesto por orangutanes con silbatos, sino por seres humanos “debidamente capacitados y acreditados” en el arte supremo de no cerrar calles. Mientras tanto, el estadio se convertirá en un templo vacío, un monumento a la derrota de la lógica, donde veintidós hombres correrán tras un balón para deleite de las cámaras y el silencio.

Este no es el primer capítulo de esta saga épica. Recordemos la gran crisis del 2 de noviembre del año anterior, cuando la alcaldía descubrió el audaz plan de dos eventos simultáneos: un partido de fútbol y un concierto infantil. El riesgo de que un defensa central y una payaso compartieran la misma atmósfera era demasiado grande para la seguridad nacional, por lo que se decretó la clausura inmediata, exiliando a las Águilas a tierras poblanas.

Así, en la gran tradición de la política moderna, un partido de fútbol se transforma en una alegoría perfecta: una lucha absurda por jurisdicciones, un manual de operaciones que se lee como un grimorio medieval y la certeza de que, en la gran obra de teatro de lo público, el espectáculo debe continuar, aunque no haya espectadores para verlo.