Deportes
La farsa golfista de la élite en la Copa Ryder
Una mordaz sátira que desnuda las absurdas grandezas y contradicciones detrás del evento golfístico más prestigioso.

El Gran Circo de los Caballeros del Green
En un despliegue de originalidad pasmosa, el Gran Mariscal Luke Donald ha decretado la composición de su corte de doce paladines, destinados a perpetuar el dominio europeo en el sagrado torneo bienal que enfrenta a las dos mitades del Imperio del Golf. Once de los doce elegidos son los mismos héroes que, en la pasada justa, ya demostraron su valía empuñando hierros frente al populacho. El único cambio, un acto de audacia sin precedentes, consiste en intercambiar a un gemelo por el otro, una jugada maestra que deja boquiabiertos a politólogos y genetistas por igual.
El equipo viajará a la temible Bethpage Black, un territorio hostil allende los mares, donde se espera que la horda local, conocida por su falta de modales y su afición a gritar “¡USA!” en los momentos de más sublime concentración, intente arrebatarles el sagrado trofeo. Donald, con la serenidad de un césar, admite que la tarea es ardua, aunque no tanto como explicar por qué el golf, ese ejercicio de ocio elitista, es tratado con la pompa de una cumbre geopolítica.
Mientras, en el bando rival, el capitán Keegan Bradley ha cometido la insólita y casi revolucionaria falta de tacto de no seleccionarse a sí mismo, un acto de humildad que ha sumido en el desconcierto a la prensa especializada. Su equipo, no obstante, está repleto de novatos, esos seres inexpertos que aún no han aprendido a contener las lágrimas cuando se habla de honor, banderas y patrocinadores multimillonarios.
El único rookie europeo, Rasmus Hojgaard, carga con el peso de emular hazañas legendarias, como la de aquel tal Colsaerts que, en un pasado remoto, logró lo impensable: ganar en casa del enemigo. Una proeza tan inaudita que desde entonces se le conoce como “milagro”, demostrando que en el mundo del golf, lo verdaderamente divino no es el swing, sino la capacidad de vender entradas y derechos de televisión.
Todo ello, por supuesto, sazonado con la inevitable presencia de Jon Rahm, recién coronado monarca de LIV Golf, ese cisma financiado con petrodólares que amenaza la sacrosanta unidad del deporte, pero cuyos cheques, al parecer, no manchan el honor de quien los cobra para defender los colores de Europa. Una lección magistral de cómo el patriotismo y el capital pueden bailar un vals perfecto sobre el green.
Así, caballeros, prepárense para otra edición de este sublime espectáculo donde lo único que parece importar más que la sportividad es el ranking mundial, el dinero y la perpetuación de una élite que se reparte los honores en un carrusel de familiaridad y nepotismo disfrazado de meritocracia. ¡Que empiece el torneo!

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