Recuerdo la primera vez que pisé Silverstone, ese mismo asfalto que en 1950 vio nacer un mito. La Fórmula 1 no solo cumple 75 años: celebra siete décadas y media de innovación, pasión y lecciones aprendidas a 300 km/h. Aquel 13 de mayo, el rugido de los Alfa Romeo 158 –autos que sobrevivieron escondidos durante la guerra– marcó el inicio de una era donde la audacia superaba a la tecnología.
Como ingeniero en paddocks durante los 90, aprendí que las historias como la de Farina (primer campeón) o Fangio (quien abandonó por una falla mecánica aquel día) enseñan más que cualquier manual. La pista, antigua base aérea militar, era un campo de batalla donde solo 5 de 26 pilotos sumaron puntos. Hoy, ese espíritu sobrevive: la F1 honra su legado con 24 horas de carreras históricas en YouTube, testimonio de cómo cada curva escrita en estos años redefine los límites humanos y mecánicos.
Detrás del glamour, sé que lo que realmente impulsa este deporte son anécdotas como el “Alfetta” escondido de los nazis o Parnell subiendo al podio con neumáticos gastados. Son 75 años demostrando que, en la pista como en la vida, la grandeza se construye entre fracasos y victorias inolvidables.
 
				 
															 
								 
															















