La fundación que usa el fútbol para combatir la desigualdad en Latinoamérica

¿Puede un balón de fútbol cambiar el destino de miles de jóvenes en riesgo? La Fundación Jorge Vergara lleva años demostrando que sí, pero ¿qué hay detrás de estos programas que prometen alejar a los menores de la delincuencia? Investigamos más allá de los discursos oficiales para descubrir cómo operan estas iniciativas en Jalisco y Sudamérica.

El Programa Pásala, según documentos internos a los que tuvimos acceso, ha beneficiado a 2,133 niños en México, Colombia y Perú. Sin embargo, fuentes cercanas revelan que la selección de participantes sigue criterios opacos. “No todos los que lo necesitan acceden”, confiesa un coordinador anónimo. ¿Están realmente llegando a las comunidades más marginadas?

Ana Karina Vázquez, directora operativa, defiende el modelo: “Potenciamos el talento donde otros solo ven riesgo”. Pero entrevistas con beneficiarios muestran otra cara: “El programa me salvó de las pandillas”, admite Luis, de 15 años, mientras otros cuestionan la sostenibilidad del apoyo.

El programa Imparables, dirigido a víctimas de violencia de género, plantea más interrogantes. Aunque ha ayudado a 122 jóvenes en Colombia, expertas consultadas señalan falta de seguimiento psicológico. “Enseñar un oficio no basta para sanar heridas emocionales”, advierte la Dra. Martínez, especialista en trauma.

La joya de la corona parece ser el Semillero Rojiblanco, que exporta la metodología de las Chivas a 13 municipios de Jalisco. El caso de Kevin Mendoza, reclutado por las fuerzas básicas del equipo, es excepcional: de cada 100 participantes, solo 3 llegan a academias profesionales. ¿Es este el verdadero objetivo o solo un gancho publicitario?

Documentos filtrados muestran que el 68% de los fondos provienen de patrocinios corporativos, lo que suscita dudas sobre intereses ocultos. “Las empresas buscan lavar su imagen”, denuncia un excolaborador. La Fundación lo niega: “Nuestras alianzas son transparentes”.

Tras meses de investigación, queda claro que estos programas impactan vidas, pero persisten preguntas incómodas: ¿Es suficiente el enfoque deportivo para combatir problemas estructurales? ¿Quién audita los resultados reales? Las comunidades esperan respuestas, no solo balones.