La justicia deportiva cobra una factura inesperada a Dani Alves

En un giro de los acontecimientos que parece extraído de un manual de absurdos legales modernos, la noble institución de los Pumas de la UNAM ha salido victoriosa en su épica batalla contra un gigante caído. El Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), en un rapto de lucidez inusual, ha decidido que la virtud institucional debe ser recompensada, preferiblemente en efectivo.

El comunicado oficial, redactado con la solemnidad de un decreto papal, anuncia que no basta con haber rescindido el contrato con justa causa. El veredicto exige ahora que el exastro brasileño Dani Alves desembolse una suma mayor a la inicialmente estipulada, una indemnización por los “daños y perjuicios” infligidos a la pureza moral del club. Porque en el gran teatro del mundo, nada repara más el honor mancillado que una transferencia bancaria sustanciosa.

La ironía, esa dama del humor negro, no puede evitar sonreír. Mientras el futbolista enfrentaba procesos penales por agresión sexual en España —cargos de los que luego fue absuelto—, la maquinaria jurídica deportiva se ponía en marcha para dirimir el verdadero delito: el incumplimiento de contrato. La FIFA, ese gran árbitro de la moralidad global, primero desestimó la demanda de los cinco millones de dólares, pero el TAS, en su infinita sabiduría, ha rectificado: la ofensa al balompié universitario no puede quedar impune.

He aquí la fábula moderna: un hombre es encarcelado, luego liberado, y mientras la justicia ordinaria debate su culpabilidad, la justicia deportiva sentencia que su mayor crimen fue abandonar el campo de juego. El sistema, en su gloriosa inconsistencia, prioriza el daño a una entidad deportiva sobre el daño a una persona, pero solo después de un meticuloso cálculo de pérdidas y ganancias. La libertad provisional concedida por los tribunales catalanes es un mero detalle frente a la obligación contractual de un delantero.

Así, el circo sigue su curso. Los clubes protegen su inversión, los tribunales deportivos redistribuyen capitales morales y financieros, y el espectáculo debe continuar, inmune a las trivialidades de la condición humana. Porque al final del día, lo que realmente importa es que el juego—y sus cuentas bancarias—estén a salvo.

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