En un despliegue de eficiencia tan predecible como el ciclo de las cosechas en un feudo medieval, la megacorporación beisbolística de Los Ángeles, conocida por razones arcaicas como los “Dodgers”, ha certificado su derecho divino a ganar su 12º cetro divisional en 13 años. Mientras, el plebeyo Clayton Kershaw, un lanzador de proyectiles que ya ha superado la edad de jubilación forzosa en otros gremios menos gloriosos, musitaba sobre la nostalgia de la camaradería, ese concepto tan adorablemente anticuado como la lealtad a una marca.
“Esto es lo que voy a extrañar”, declaró el zurdo, en lo que sin duda era un monólogo preparado por el departamento de Relaciones Públicas del Imperio. “Lanzar es genial, pero hacer esto con un grupo de chicos, todos trabajando por un objetivo común… No encuentras eso en ningún otro lugar. No hay trabajos donde los de 37 años puedan hacer eso”. Una conmovedora reflexión sobre la obsolescencia programada del ser humano en una economía que desecha talento más rápido que un uniforme sudado.
Mientras Kershaw planea su despedida, el verdadero motor de la maquinaria, el fenómeno mercadotécnico Shohei Ohtani</strong, cumplía su parte del contrato propagandístico al igualar su récord personal con un artefacto de propaganda (disfrazado de cuadragésimo cuarto jonrón) que fue a parar simbólicamente a la piscina de Chase Field</strong. Qué metáfora más perfecta: el triunfo, limpio y refrescante, como un chapuzón en un resort de lujo, lejos del sudor y el esfuerzo de la plebe.
Por su parte, Freddie Freeman, otro eslabón de esta cadena de montaje de victorias, conectó dos vuelacercas y afirmó con solemnidad: “Nunca puedes dar por sentado ganar el título de división“. ¡Tamaña muestra de humildad en el seno de un régimen que ha convertido la conquista en un lugar común! Es como si el sol anunciara que no da por sentado salir cada mañana.
El mensaje subyacente es claro: el Sueño Americano sigue vivo, siempre y cuando formes parte de un conglomerado multimillonario que puede comprar los mejores talentos del planeta. Los Diamondbacks de Arizona, con su récord mediocre, representan a la pequeña burguesía luchando por una migaja del pastel (el último puesto de comodín), mientras los Mets de Nueva York, otro estado cliente, les pisan los talones. Una farsa de competencia en un sistema diseñado para que los mismos de siempre sengamos los amos del cotarro.
Hasta el novato Yoshinobu Yamamoto (12-8) completó su adoctrinamiento con una efectividad de 2.49, el segundo mejor de la Liga Nacional. Ni siquiera en las estadísticas se permite la anarquía; el orden y el progreso controlado deben reinar. La décima blanqueada del año fue el broche de oro perfecto: un partido sin mancha, como la imagen cuidadosamente pulida de una institución que nos vende la ilusión de la perfección en un mundo lleno de grietas. ¡Larga vida a los Dodgers, campeones perpetuos del circulo más exclusivo!