Un sagrado ritual de nuestro tiempo
En estos días sacrosantos, donde el aire huele a pino artificial y a deuda a plazos, la humanidad se congrega para practicar el antiquísimo rito del Consumo Festivo. Familias enteras, imbuidas de un fervor casi religioso, intercambian ofrendas plásticas y devoran pavos en nombre de una convivencia que, milagrosamente, solo florece una vez al año. Los atletas, esos modernos gladiadores, deponen sus músculos para sumergirse en el calor del hogar y, acto seguido, en el gélido brillo de las pantallas, donde documentan para la posteridad sus trofeos materiales, demostrando así que el verdadero espíritu navideño se mide en megapíxeles de envidia.
La epifanía sobre ruedas
En este teatro de lo superfluo, un sumo sacerdote del pugilato, conocido como Canelo, ha ofrecido a su vástaga primogénita la más elocuente de las parábolas modernas. La joven doncella, Emily Álvarez, de dieciocho soles cumplidos, tomó los sagrados tablones de Instagram para revelar al vulgo su visión: un corcel mecánico de la marca de la estrella, un Mercedes-AMG, ataviado con un lacre escarlata. Su gratitud, condensada en un “Gracias pa” y unos pictogramas de bolas brillantes, resonó como un himno a la filiación bien entendida. He aquí la nueva zarza ardiente: no habla, pero tiene 600 caballos de fuerza.
La doctrina del valor incalculable (entre dos y cinco millones)
Los evangelistas de lo mundano se apresuraron a traducir el milagro a la lengua universal: el valor. La carroza divina, se nos instruye, custodia un tesero de dos a cinco millones de dólares, una cifra tan elástica y vaporosa como el concepto de mérito en nuestra era. No es un mero vehículo; es un “4-DOOR Coupé” que promete “la incomparable sensación que transmite un deportivo, unida al confort”. Una alegoría perfecta para una época que ansía la adrenalina del éxito sin renunciar al masaje lumbar de los privilegios heredados.
La santísima trinidad del afecto demostrable
Mas la gracia, como la lluvia ácida, no cayó en un solo lugar. Para que la lección de economía afectiva quedase completa, la agraciada joven exhibió también los tributos de su consorte, Jaziel Avilés: un relicario para el hombro (bolsa) y un artilugio para medir el tiempo (reloj). “Gracias mi amor”, proclaimó, sellando así la trinidad sagrada del cariño contemporáneo: el amor paternal (automotor), el amor romántico (accesorios de lujo) y el amor propio (la difusión pública de ambos). Así, entre volantes y correas, queda definido el nuevo credo: creo en el Precio, todopoderoso creador del Cielo en la Tierra, y en su Hijo único, el Regalo de Valor Inconmensurable.














