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La sublime farsa de desafiar al coloso desde la piscina municipal

Una mirada cáustica a la maquinaria detrás de los triunfos deportivos y la fabricación de rivalidades patrióticas.

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La sublime farsa de desafiar al coloso desde la piscina municipal

Dos jóvenes héroes de la patria se someten al ritual diario de lanzarse al agua con elegancia, mientras el aparato estatal espera su trofeo.

En un sublime ejercicio de optimismo nacional, dos valientes muchachos, David Vázquez y Jesús Agúndez, se consagran diariamente a la quimera de derrotar a la deidad acuática conocida como Osmar Olvera. Su método, revolucionario donde los haya, consiste en no entrenar juntos. Una estrategia tan audaz que solo puede compararse a intentar ganar una regata con dos botes separados en distintos océanos. Él, Vázquez, bajo el ala del gran estratega Iván Bautista; él, Agúndez, guiado por la sabiduría oriental de Ma Jin. Una dupla disociada que, contra todo pronóstico lógico, logró arrebatar un metal dorado en el espejismo de la sincronización y un glorioso primero y segundo en la prueba individual, demostrando que el caos, bien administrado, puede parecer genialidad.

Es una ventaja colosal que ellos entrenen juntos, confesó uno de los paladines, con la sinceridad que otorga saberse parte de una misión casi divina. Nosotros, en cambio, operamos bajo la desventaja sublime de la separación física. Nos preparamos mentalmente, que es como decir que combatimos al dragón con el poder del pensamiento positivo. Claro, sería más sencillo unirnos, pero ¿dónde quedaría entonces el épico relato del esfuerzo fragmentado? Al retornar, cada cual toma su sendero, como los samuráis de antaño, o como los repartidores de apps que no coordinan sus rutas.

No implica una separación, aclaró el joven Agúndez, maestro en el arte de la contradicción dialéctica. Cada quien, en su solitario rincón del mundo, se preparará de la mejor manera para, eventualmente, tal vez, si los dioses sonríen y el comité olímpico no recorta el presupuesto, tener el honor de competir contra los titanes, o incluso –¡oh glorioso sueño!– de vencerlos. Una proclama que rezuma la humildad característica de quien se sabe pieza insignificante en la gran maquinaria del espectáculo deportivo-patriótico.

Para estos prometedores atletas, Osmar no es un rival, ¡jamás! Eso sería herejía. Es un ejemplo a seguir, un semidiós de 21 primaveras que ha demostrado lo impensable: que los gigantes orientales, esos seres mitológicos de eficiencia perfecta, pueden ser derrotados. Una herejía tan monumental que solo un mesías acuático podía cometerla, abriendo así la puerta a que simples mortales alberguen esperanzas.

Desafiarlo no es correcto, sentenció uno de los jóvenes con la solemnidad de un nuevo credo. Es preciso ir de su mano, adorar su estela, porque cuando él mejora, yo mejoro. Es la perfecta dialéctica del progreso colectivo, un derrame de excelencia que baña a todos los elegidos. Nuestro éxito no es individual, es un triunfo del sistema, del comité, del patrocinador que confió en nosotros. Una lección de humildad corporativa que conmueve hasta las lágrimas.

Ahora pueden observar, culminó el joven de 19 años, que no solo existe élite en la categoría absoluta. También los pequeños, los que estamos un peldaño por debajo en la escalera del Olimpo, poseemos nivel. Para que la nación vea, para que el mundo compruebe, que la inversión en la maestra Jin… ¡ha valido cada centavo! Un final perfecto para esta oda a la gloria, la superación y la impeccable narrativa de marca.

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