La UNAM bautiza una cancha en honor a la árbitra que desafió el statu quo

En un giro tragicómico digno de Los viajes de Gulliver, la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM ha descubierto una fórmula mágica para resolver la desigualdad de género: pintar canchas con nombres de mujeres. La árbitra Katia Itzel García, quien además de silbar faltas domina el arte de esquivar techos de cristal, ahora tiene su propio rectángulo de asfalto con resina, donde las nuevas generaciones podrán tropezar con las mismas barreras sistémicas pero sobre superficie antideslizante.

La ceremonia de reinauguración contó con todos los elementos de un ritual posmoderno: malla ciclónica como metáfora de las limitaciones reales, aros de baloncesto nuevos para encestar sueños rotos, y tres capas de recubrimiento que simulan las capas de burocracia necesarias para reconocer a una mujer en el deporte. La DGDU, en un arranque de creatividad institucional, clasificó el homenaje como cancha dura, término que bien podría aplicarse a las condiciones laborales del arbitraje femenino.

Katia, egresada de Ciencias Políticas (carrera que inexplicablemente no incluye la materia Cómo sobrevivir a los varillazos del patriarcado deportivo), confesó entre risas nerviosas: Cuando estudiaba aquí, jamás imaginé que me honrarían con lo que no me dejaban usar. La árbitra, candidata al Mundial 2026, recordó cómo en sus tiempos el único balón disponible era el de la meritocracia, que siempre parecía desinflado.

El acto culminó con un minuto de silencio por todas las mujeres que arbitraron partidos imaginarios en patios traseros, mientras los discursos oficiales elogiaban la igualdad en un deporte donde, según estadísticas no pintadas en canchas, menos del 8% de los árbitros FIFA son mujeres. Moraleja: si no puedes cambiar el juego, al menos ponle tu nombre al terreno de juego.