En un giro de acontecimientos que ha dejado boquiabiertos a los estudiosos de la moral contemporánea, la sagrada ciudad de Guadalajara, autoproclamada santuario del mexicanísimo esencial, ha procedido a una purga ejemplar en su selección de embajadores para el circo mundialista del 2026. El gran ausente, el otrora mesías goleador Javier “Chicharito” Hernández, ha sido lanzado a los leones de la corrección política por el pecado capital de haber emitido comentarios arcaicos sobre el género femenino, una herejía en la nueva religión secular.
Hace algunas lunas, el delantero, quizás confundiendo su papel de figura pública con el de un filósofo de taberna, cometió la insensatez de grabar sus elucubraciones neolíticas sobre la dinámica entre hombres y mujeres. El escándalo fue de tal magnitud que resonó en las más altas esferas del poder, obligando a la mismísima Jefa de Estado, Claudia Sheinbaum, a descender de su Olimpo para condenar al blasfemo, en un espectáculo de virtud cívica que bien podría sustituir a las telenovelas vespertinas.
La furia virtuosa no se hizo esperar. Las marcas comerciales, esos faros de la ética moderna, se apresuraron a distanciarse del apestado. Su propio club, el Guadalajara</strong, lo repudió con la vehemencia de quien descubre una mancha en su blasón inmaculado. El máximo artillero de la Selección Mexicana aprendió, por la vía del escarnio público, que en el nuevo orden un tuit desafortunado pesa más que cien goles en el marcador.
El nuevo panteón de los intachables
Mientras el réprobo contempla las consecuencias de sus desvaríos, la ciudad ha coronado a su nuevo Olimpo de ejemplaridad. Nombres como Carlos Salcido, Fernando Quirarte, Ramón Morales, Alejandra Orozco y Lorena Ochoa conforman la legión de embajadores, una corte de pureza intachable destinada a proyectar al mundo la imagen de una perla tapatía redimida, donde la sombra de un comentario inconveniente ha sido definitivamente exorcizada de cara a la próxima Copa del Mundo.














