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Los Diablos Rojos venden su alma al imperio del marketing galáctico

Cuando el beisbol se rinde ante el imperio del merchandising, los fanáticos pagan el precio.

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En un giro tan inesperado como el de “yo soy tu padre”, los Diablos Rojos del México han decidido que el beisbol ya no es suficiente para mantener cautiva a su audiencia. ¿La solución? Cambiar los bates por sables de luz, los cascos por máscaras de Sith y, lo más importante, la pasión deportiva por el culto al consumismo disfrazado de homenaje cinematográfico.

El estadio Alfredo Harp Helú, otrora templo del deporte, se ha convertido en un parque temático ambulante donde los drones dibujan siluetas de naves imperiales mientras los aficionados, confundidos entre la emoción del jonrón y el brillo del merchandising, aplauden con fervor religioso. Todo esto, por supuesto, acompañado por la banda sonora de John Williams, porque nada dice “beisbol” como la música de una saga sobre guerras interestelares.

La cereza del pastel (o deberíamos decir, el midiclorian del jugo) fue la presencia de Diego Luna, quien, en un acto de sincronía corporativa perfecta, lanzó la primera pelota mientras probablemente murmuraba para sí mismo: “Esto es lo más cerca que estaré de un Oscar”. Mientras tanto, las marcas mexicanas aprovecharon para vender desde gorras con el logo de la Alianza Rebelde hasta hot dogs con forma de stormtrooper, demostrando que el capitalismo siempre encuentra la manera de monetizar hasta la más mínima nostalgia.

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Y como toda buena saga que se respete, esto no podía quedarse en una sola entrega. Por segundo año consecutivo, los Diablos Rojos han decidido que su verdadero rival no son los Guerreros de Oaxaca, sino el vacío existencial que solo puede llenarse con jerseys de Darth Vader. ¿Qué mejor manera de celebrar el “rey de los deportes” que convirtiéndolo en un escaparate para promocionar una franquicia multimillonaria? George Lucas debe estar orgulloso… o riéndose desde su torre de dinero.

Así que, querido aficionado, prepárate: el beisbol ya no es solo un deporte, es una experiencia transmedia donde lo único que importa es cuánto estás dispuesto a gastar. Que la fuerza (de tu tarjeta de crédito) te acompañe.

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